Pasear es también un trampolín para hablar. El movimiento de las piernas y el del paisaje conforme lo atravesamos provocan micro terremotos en esa gruta interior de la que nacen las palabras, las confesiones y los intercambios que merecen la pena. Con mi padre lo hacía mucho. Pasear y hablar. En aquellas rutas reaparecían cosas como las gotas de tinta y la pluma con la que él hacía dibujo técnico, sus dedos infantiles morados por el frío y una manta cubriéndole los hombros como un oso. Una casa de piedra, copos de nieve levitando al otro lado de una ventana frágil. Un tazón de loza blanco con el borde desportillado, la leche de vaca humeante. Saliva premonitoria avanzando por los flancos de la lengua, la carne de las moras jugosas y un pincho de espino albar clavado en la yema del pulgar. En cada paseo construíamos un relato filosófico, cómico, terapéutico o familiar, algo a nuestro nivel, sin pretensiones. Uno de esos paseos desembocó en el taller de un hombre pequeño, generoso y fantástico que vive en Ollogoyen y que en su tercera vida fuera del trabajo y la huerta talla piezas de madera. Arcones, cucharas, relojes de pared. Y una manzana perfecta y suave que me regaló y que como se ocupó de vaciar y tapar, en mi vida pre-madre era mi cofre para un anillo o un dibujo especial que alguien me había hecho y hoy es donde mi hijo esconde sus tesorillos, un diente, un trozo de cinta roja, una piedra negra. La miro todos los días, la toco, la huelo y a veces la abro y hago como si no hubiera descubierto nada. Es una manzana de madera de haya, contundente, ocupa un espacio. Cuenta cosas y existe. Hay quien se compra ya deportivas, obras de arte y muebles en el metaverso. No podrá tocarlos, abrirlos ni olerlos. No existen. Como el resto de las no-cosas que ya consumimos más que las cosas, los datos, las apps, los tweets. Hay un filósofo surcoreano, Byung-Chul Han, que además de cultivar un aspecto bohemio entre intelectual parisino y fan de Comme des Garçons, imparte clase en la Universidad de las Artes de Berlín. Ha titulado así su último libro. No-cosas. Con ellas convivimos. Y al metaverso yo me llevaré mi manzana.