Intento discernir en qué mes de qué año de los 80, en mitad de qué páginas del Pronto o del Interviú o del Lib, en medio de qué película alemana pseudoerótica de la RTL o en qué punto de la adolescencia cultural se quedó España para que nuevamente haya sido una moza enseñando carne lo más visto de las retransmisiones de la Nochevieja. No sé, se puede entender que tras 40 años de franquismo llegara el destape y muchas cosas, incluso que ya pasados unos años de democracia fuera muy comentada la teta que se le salió a Sabrina en un programa en directo, pero que en 2023 sigamos instalados en el babeo colectivo como si fuésemos Antonio Garisa y Manolo Gómez Bur en Benidorm atisbando suecas es un asunto no sé ya si preocupante o directamente el indicador que la sociedad le lanza a uno para que deje de preocuparse por ella.

Igual son señales, qué leches, que hay que saber interpretar para alejarse un poco del contorno y no desesperarse con el paisanaje: ver la lista de la música más escuchada, observar cómo se comporta la audiencia en Nochevieja y comprobar los resultados electorales. Tal vez con eso nos debiera servir para no confiar ni en exceso ni siquiera en defecto en el conjunto de las cosas, sino más bien –y con mucha fe– en algunos subconjuntos, en el que, ya lamento decirlo, cada vez veo menos segura a la prensa, al menos a esa prensa nacional tan claramente dedicada a intereses bastante alejados del interés del lector. A no ser, claro, que quizá tenga yo idealizado al lector y como tal no exista el que yo crea. Incluso que me tenga a mí mismo idealizado como lector, que es muy posible. Y hasta como espectador. Que lo normal sea querer ver carne hasta un 31 de diciembre a las 23:57, en 2023, cuando tus ojos y los de todos ya han visto más carne que las cámaras frigoríficas de Zuazu y Abínzano juntas. Igual lo que resulta es que esto no da más de sí y punto.