Un día se acaba enero y acto seguido empieza febrero, dice Lucho. Estamos en la terraza del café, viendo pasar la vida, como siempre. Se va un año y enseguida empieza otro, dice. No es mal tipo, pero está obsesionado con el paso del tiempo. ¿Te acuerdas de cuando éramos punkis?, dice luego. Nunca lo fuimos, le digo yo. La gente se inventa cosas. La gente colorea el pasado a su gusto y se lo acaba creyendo. Se probó, una vez, unas Dr. Martens en una zapatería de Donosti hace cuarenta años y ahora dice que fue punki. Y ¿cómo lo dice? Suspirando, así es como lo dice. Aunque, si le hace ilusión, que diga lo que quiera. Ilusión ante todo. No obstante, mañana se jubila mi mujer, le digo yo. Y me dice: ¿Ixa? Y yo: ¡Esa! Y él: ¿Ya? Y yo: ¡Sí! Y él: Ha llegado su hora. Y yo: A todos nos llega. Y entonces asiente y me pregunta: ¿Y qué va a hacer? Y le contesto: Aún no sabe. No se quiere precipitar. Tienes que entender que pertenecemos a los boommers. Con diferencia, la mas explosiva generación de personas de la Historia. Y nos estamos jubilando ahora. Y tenemos la conciencia de que, con un poco de suerte y unas pastillitas, nos pueden quedar todavía treinta años de vida. Así que se lo va a tomar con calma. Puede que empiece alguna otra carrera. O puede que haga teatro. Del absurdo, claro. Pero de momento se va a coger un año sabático. Para ir viendo. Yo no sé cómo sonará esto, pero una cosa les diría yo a los jóvenes: preparaos, porque los boommers jubilados van a querer exprimir al máximo todo lo que puedan. Y son exigentes. No van a ser tan fáciles de contentar como la generación de sus padres: van a querer vivir. Y ser felices. Y eso puede ser terrible. Para empezar, nos vamos a Benidorm. Con el iPad, le digo. Y entonces él sonríe y mira al cielo. No dice nada. Todo se está deteriorando mucho, dice al cabo de un rato. Esperemos que sea para bien, le digo yo.