El año comienza a ser soportable cuando empieza a anochecer más tarde de las seis y ha arrancado el ciclismo. Antes de que esto suceda, en noviembre y diciembre y la mitad de enero o por ahí, es una especie de camino de púas que acabas atravesando porque no te queda otro remedio y para poder llegar más o menos a donde estás ahora, esos días en los que ves que el sol sube algo alto y se pone un poquito después que ayer en el horizonte y que vienen con el regalo incorporado de poder contemplar ciclistas encima de sus locos cacharros en varias partes del mundo, carreras que puedes seguir gracias a que la televisión se mete ahora en casi todas esas pruebas, mientras los primeros rayos de sol en muchos meses visitan tu pequeño balcón, a oscuras y frío desde no se sabe cuándo, y en alguno de los árboles del parque consigues vislumbrar señales de un pequeño brote. El frío sigue siendo compañero de viaje, pero si hace sol, como estos días pasados, febrero es un mes amigo, que viene con la promesa de ser el último antes de la llegada de la primavera y de las temperaturas más amables. Amables también para los bolsillos, que en esta racha de frío han visto con crudeza a qué velocidad es capaz de bajar la temperatura de una casa si no tienes puesto el termostato para activarse a determinados grados. Mientras en días de 6 o 7 grados en la calle una casa puede mantenerse a 20 bastante rato, cuando afuera hace 1 o 2 baja a una velocidad tremenda. Sí, claro, estamos en invierno, tiene que haber invierno y tiene que llover mucho aún. Pero lo bien y rico que sabe este sol de días pasados, pegado a alguna pared haciendo la fotosíntesis, respirando aire frío y puro y sabiendo que a las 4 y media tienes a los txirrindularis en una etapa con llegada en cuesta. Esto en noviembre a mediados sueñas con ello y no ves la hora de que llegue. Ya ha llegado. Qué largo se hace cada vez.