Alberto Núñez Feijóo, esa esperanza blanca que los poderes fácticos de la derecha se sacaron del baúl para alejarse de Vox quitándose de encima al kamikaze Pablo Casado y de paso dejar vía libre en Madrid a la lideresa Isabel Díaz Ayuso, Feijóo, decía, tiene un problema. Más bien un problemón. Ahora se ha dado cuenta de que el mismísimo espíritu de Vox lo tiene infiltrado en su partido, ese PP que le hizo venir de Galicia para supuestamente moderarlo.

Con frecuencia se ha constatado que la desbandada de la derecha franquista fue a parar a la UCD los más moderados –y, por qué no, los más calculadores y ventajistas- y a Alianza Popular –posteriormente PP- los más recalcitrantes, los más genuinos defensores de los valores eternos como patria, tradición y religión. Quedaron colgados pero haciendo ruido los más fanáticos, los intolerantes y exaltados que guiaron Blas Piñar y la Falange residual. Con el tiempo, estos grupúsculos faltos de apoyo electoral se refugiaron primero en el PP y posteriormente encontraron acomodo en Vox. La cosa es que entre esta extrema derecha y el Partido Popular siempre ha habido una línea tan fina de separación, que en cuanto se le plantea el más mínimo paso hacia el progreso el partido chirría de tal manera que los halcones acojonan a las gaviotas.

El episodio del Tribunal Constitucional desestimando el recurso del PP contra la Ley del Aborto ha sido de traca. ¡Después de 13 años! Ha hecho falta que se desbloquease el atasco tramposo al que el PP sometió al TC, para que se liberase a las mujeres de las trabas y triquiñuelas con las que la extrema derecha fanática les sometía en su derecho a disponer de su propio cuerpo. Y, como era de esperar, los lobos enseñaron la patita.

El desventurado Feijóo, seguro de que quedaría bien alinearse con el más alto tribunal, al que siempre ha recurrido su partido para resolver a su favor las fricciones políticas, se apresuró a declarar que muy bien, que el aborto es un derecho de las mujeres. Si dijo, ya lo dijo.

El ala derecha del PP, o sea, la ultraderecha que desde siempre ha estado agazapada bajo sus siglas porque las otras –Vox- todavía no son rentables, le ha tapado la boca y se le ha plantado. Nada de eso, no se podía permitir que el presidente del partido fuera a salir de esta sin mojarse. Y ahí se ha visto Feijóo, el moderado, el tolerante, a remolque de los ultras, diciendo digo donde dijo Diego. Y ya van dos; le pasó cuando dejó caer que estaba dispuesto a desbloquear el atasco del TC y luego le hicieron desdecirse. La ultraderecha, que nunca abandonó del todo el PP, le ha obligado a no cambiar la orientación ideológica del partido y a recular. Patético escuchar a Borja Semper repetir eso de que el aborto no es ningún derecho de la mujer, como muy bien se retractó su patrón. Han vuelto a ganar los ultras, han bandeado las campanas Mayor Oreja, Munilla y la Conferencia Epìscopal. Abortos hay y seguirá habiendo, pero por culpa de los malos, porque ellos, los ultras que estuvieron y están en la base del Partido Popular, nunca lo aprobarán. Aunque sus mujeres o sus hijas –de tapadillo- aborten. Sin su aprobación, claro, como en su día se divorciaron y se divorcian, como se casan sus afiliados y afiliadas homosexuales.

El PP salva la cara ante el ala ultraderecha del partido, que es abundante y poderosa. Salva la cara ante el sector ultra de la Iglesia, que también es poderosa. Pero la cara que se le ha quedado a su presidente, Alberto Núñez Feijóo…