La primavera es ya imparable. Me lo gritan al oído estos gorriones de la Plaza del Castillo. Los bichos tienen una relación mejor que nosotros con lo irremediable. Para lo bueno y para lo malo. Irremediable es también la medalla que le imponen mañana a Sanz, aquel corellano corajudo que se embolsaba mil ochocientos euros por sentarse una hora en una silla sin abrir la boca. Por la hora siguiente le soltaban otros mil ochocientos. A mí me gustaría saber si al menos se levantaba entre las dos reuniones para estirar las piernas. Hay que ser muy listo para que, por nada, te paguen tanto. Uno, en su fuero interno, quiere que le gobierne gente así. Aunque no lo reconozca. Iba a seguir hablando de pájaros pero llega Lucho, ya es mala suerte precisamente hoy. No infringieron ninguna ley, suelta nada más llegar, casi antes de sentarse. Ya sabes que no sé de leyes, Lutxo, no empieces con tecnicismos. Me dice que su última amenaza, la de no volver a hablarme, era una broma que no pillé. ¡Olé!, le digo. Y frunce el ceño. Esa medalla la dan solo a personalidades que han contribuido significativamente a la expansión de la actividad económica de Navarra, comenta mi recuperado amigo. Ah, vale. En ese caso, no hay más que hablar. La expansión de lo económico está documentada. Quizás no estaría mal incidir un poco en los beneficiarios, pero ya he dicho que no me van los tecnicismos. Lo único que me chirría, le digo tratando de imitar a Clint Eastwood en El Jinete Pálido, es eso de personalidad: parece un hombre pequeño. No creas, me contesta, tuve la ocasión de estrechar su mano un par de veces y es más alto de lo que aparenta en las fotos. No me refería a eso, querido Lucho, no me refería a eso. Pero bueno, que sirva esta columna como recordatorio para la cita. Supongo que estamos todos invitados.