Seguro que habrían oído, visto y leído que el martes Putin, en uno de sus habituales discursos autojustificativos, anunció que Rusia suspendía su participación en el tratado Start III, que controla las armas nucleares de largo alcance. Es cierto que fue así, pero habrá que puntualizar varias cosas, para tratar de aminorar la posible tensión que de noticias así puedan emanar: reiteró que suspendía su participación, no que se retiraba. Y, más importante, horas después el Ministerio de Asuntos Exteriores publicó una nota –que no se ha visto reflejada en casi ningún medio– en el que, cito literalmente, decía: “para mantener un grado suficiente de previsibilidad y estabilidad en el ámbito de los misiles nucleares, Rusia tiene la intención de adherirse a un enfoque responsable y continuará cumpliendo estrictamente las restricciones cuantitativas previstas por el nuevo Tratado Start dentro del ciclo de vida del acuerdo (finaliza en 2026)”. De igual modo, afirmaba que continuará notificando a Estados Unidos sobre los lanzamientos de prueba planificados de misiles balísticos intercontinentales (ICBM), que la decisión es reversible y que consideran que el potencial del tratado en términos de “su contribución a fortalecer la seguridad internacional y la estabilidad estratégica está lejos de agotarse”. Vamos, que la noticia no siendo positiva no es tan negativa como inicialmente parecía, en la medida en la que Rusia mantiene compromisos relativos al tratado así como se mantiene intacto el pacto firmado en enero de 2022 entre las cinco potencias nucleares –Rusia, Estados Unidos, China, Francia, Alemania– sobre la inadmisibilidad de una guerra nuclear. Lógicamente, todo esto es papel y acuerdos que pueden ser o no respetados, pero ahí están, en unos tiempos en los que hay que seguir aferrándose a las señales mínimamente positivas que emanan de una realidad áspera.