Todas las personas interpretamos algún papel en algún momento de nuestra vida, somos actores o actrices a veces sin quererlo, otras siendo conscientes, cuando fingimos y aparentamos ser lo que no somos, quizás para protegernos de aquello que sentimos como amenaza. La vida a veces es puro teatro y moverte en el escenario de cada día un ejercicio de interpretación de diferentes papeles que se cruzan, de guiones que una no siempre elige. Ojalá fuera fácil pasar de un acto a otro como quien se despoja de un personaje, sin que lo vivido o interpretado dejara huella, sin que los hechos o las palabras dichas resonaran como sentencias reales, sino como argumentos de ficción, aprendidas de memoria para el momento del escenario, pero inservibles cuando se apagan las luces, baja el telón y volvemos a la vida. Pienso en esto en el Día Mundial del Teatro, una jornada para reivindicar y poner en valor este arte eterno y necesario, que nos recuerda la fuerza de la palabra, como los poemas de Hasier Larretxea en Hijos del peligro cuando nos habla de palabras que nos acercan o nos aterran, pero que siempre acaban nombrando aquello que se quiere silenciar. Eso es el teatro cada día, no solo ayer, un altavoz, una luz en la oscuridad. La actriz egipcia Samiha Ayoub, en el mensaje del Día Mundial, recoge que la gente del teatro, “somos los que usamos la luz del arte para hacer frente a la oscuridad de la ignorancia y el extremismo”. Y en estos tiempos tan oscuros, de guerras y crisis humanitarias, toda luz es poca para empezar a ver un horizonte mejor.