Vistos los precios de las entradas de la Final de Copa de Sevilla –la mayoría a un precio medio de 110 euros y más o menos una tercera parte a un precio medio de 200– y vistos los precios que las agencias de viajes barajan según los distintos tipos de viajes –desde los 300 euros en bus hasta los 700 en trenes o avión y de ahí para arriba– tendremos que estar de acuerdo en que ir a Sevilla el 5 de mayo o el 6 y ver la final in situ va a salir por alrededor de un mínimo de 500 euros y de ahí para arriba. No es poco desembolso, la verdad, pero aquí habrá que decir que cada cual con su dinero hace lo que le da la gana, por mucho que aficionados rojillos hayan mostrado –con razón– su monumental enfado por el precio de los billetes –recordemos que la Federación Española de Fútbol es la que organiza esto y por lo que se ve hace un negocio descarado con la ilusión de los hinchas– y por el hecho de que al estar el campo de la final a 900 kilómetros te obliga casi sí o sí a hacer una noche allá si no quieres meterte 2.000 kilómetros entre pecho y espalda en 24-30 horas. Es, se mire como se mire, todo un despropósito federativo que la sede de una final esté elegida antes de que se sepa quién va a jugar la final. De hecho, para los aficionados rojillos incluso jugar en Madrid sería mucho mejor, aunque los aficionados rivales salgan del portal de casa directos al campo. Pero así está montado este espectáculo sacadineros, que juega con la enorme ilusión de una hinchada que ha vivido esto dos veces en 103 años de historia y que se debate entre la emoción de ir y la rabia de hacerlo pagando esos precios abusivos y desplazándose al quinto pino. Cada cual, como digo, se gasta su dinero como considera y seguro que la grada está llena de rojillos animando a los nuestros. Pero alguna manera tendrá que haber a futuro de parar esta manera indecente de hacer las cosas.

63

Osasuna celebra en la plaza del Castillo el pase a la final de Copa del rey en Sevilla Unai Beroiz / CA Osasuna