¿Entiende la izquierda a Madrid? ¿Aprenderá alguna vez la lección de las urnas? ¿Cree, como dice Belarra, que ganar a la derecha es cuestión de derechos? ¿O será de votos y de candidatos? Hace dos años, el inefable Redondo confundió a Gabilondo su perfil; Iglesias se puso exquisito advirtiendo sobre la extrema derecha y, al final, los dos se despeñaron. Ayuso, en cambio, abrazó el populismo como única ideología, guiñó el ojo a los camareros, dio colorido a las terrazas y, sobre todo, movió el dinero en muchos bolsillos. Ahora, ante el 28-M, en La Moncloa se siguen pegando un tiro en el pie. Han vuelto a enfrentar al sanchismo con la emperatriz de Lavapiés. Además, en un partido con campo embarrado. El resultado, demoledor: Bolaños acaba maltrecho y el PSOE se tapa la cara para no ver el cataclismo que le aguarda en las urnas. En la Corte, la derecha siempre ha entendido que el poder nació para ellos.

Atentos al siguiente registro esquizofrénico para entender, con la simple ayuda de unas gotas de incongruencia, la veneración al ayusismo. La presidenta madrileña asesta premeditadamente una patada grotesca a la más mínima cortesía institucional; ridiculiza con un despotismo sonrojante a una representación ministerial –bastante mejorable esta, por cierto, y sin necesidad de jugarretas colándose como un niño travieso–, y, sin embargo, sale vitoreada de semejante bochorno hasta el extremo de haber dado un paso de gigante en su propósito de alcanzar la mayoría absoluta. Sus rivales del PSOE y Más Madrid se siguen cortando las venas desde la fiesta goyesca.

Para mitigar este durísimo golpe al hígado, la izquierda escribe y vocea que será Feijóo quien pague las consecuencias del divismo influyente de Díaz Ayuso una vez se asista a su majestuosa entronización. Pura distracción engañosa. El único objetivo del líder del PP desde que abandonó Galicia es derrocar a Sánchez. Y hacerlo solo, que se antoja cada día más difícil, o en compañía de otro. Sabe que a partir de ahí, una vez conseguido tan anhelado propósito, las guerrillas internas en Génova, los personalismos, hasta las bombas amigas le sonarán a meras anécdotas, hasta las despreciará al más puro estilo Rajoy para reducirlas a mero artificio, a comidilla de tertulias. Otra cosa bien distinta sería un mal resultado en los próximos comicios y, sobre todo, otro en la cita de diciembre. En ese caso, la máquina destructora de Miguel Ángel Rodríguez moverá diabólicamente a su guiñol favorito.

Feijóo se sigue agarrando a las encuestas. Todo lo demás juega en su contra. Hasta sus propios devaneos con esa camarilla de fiscales ansiosos de revancha, de propinar un hachazo político al poder de la izquierda. La oposición encaja con cierto resquemor la cifra récord del descenso de parados, el acuerdo del salario para los próximos tres años, la desbordante recaudación de hoteles, restaurantes, gasolineras y servicios cada puente festivo. Los ejemplos paradigmáticos de una elocuente fotografía de que la economía funciona, por encima de la inflación, las hipotecas imposibles y los beneficios desbordantes de los bancos. Pero el PP mira hacia otro lado. En su discurso aguerrido siempre le quedarán las sentencias rebajadas de los depredadores sexuales, la ingeniosa frase lapidaria ya de los panes y los pisos y, por encima de todo, el reguero que van dejando durante la legislatura las traiciones de Sánchez a sus propias promesas. Quizá así resulte más fácil de explicar esa igualdad de los sondeos que tanto desespera a los socialistas porque ven marchitado y sin recompensa el generoso esfuerzo social que ha venido desplegando el gobierno de coalición en un contexto tan arduo.

También la derecha mira ilusionada la arrabalera división a la izquierda de la izquierda oficial. Los jirones que se van dejando las líderes de Podemos y de Sumar cada vez que abren la boca auguran mal rollo que ni saben ni quieren disimular en más de una ocasión. Una paripatética situación que obliga a Yolanda Díaz a ingeniarse equilibrios milagrosos. Bien es verdad que la vicepresidenta gallega se lo ha buscado, entrampada entre dos aguas, en medio de una situación alienante de servir a la vez a dos causas enfrentadas y plagadas de agravios. Solo así puede entenderse que representando todavía a Podemos en el gobierno vaya a votar con total seguridad a otra candidatura distinta –Más Madrid– el último domingo de este mes. Pablo Iglesias le espera con la recortada. Para entonces, Laura Borràs todavía seguirá amarrada a su escaño.