En Estados Unidos existe una figura llamada U.S. Surgeon General (que se podría traducir como el médico de la nación, aunque no es una denominación exactamente descriptiva), que constituye la principal autoridad en materia de salud pública. Es nombrado por el presidente, requiere la confirmación del Senado, y está estrechamente asociado con el Cuerpo de Sanidad de la Marina. El actual titular es el doctor Vivek Murthy, vicealmirante, de ascendencia india, y que llegó a ser el oficial de bandera más joven del país. El puesto es una especie de líder de autoridad en asuntos relacionados con la salud, y tiene la responsabilidad de proporcionar orientación precisas sobre asuntos que preocupen (no piensen ahora en Fernando Simón, por favor). Posiblemente, una de las contribuciones históricas más importantes del U.S. Surgeon General se produjo en el año 1964, cuando emitió el informe “Smoking and Health Report”, en el que se identificó por primera vez al tabaquismo como causa directa de determinadas enfermedades. Este informe ilustró, desde aquel momento, las políticas antitabaco de todos los países occidentales.

El informe que esta semana ha publicado esa institución sanitaria tiene como título “Social Media and Youth Mental Health”. Es el fruto de un trabajo de colaboración con diversas agencias e instituciones públicas y privadas estadounidenses, y de la revisión de abundante bibliografía. Se ocupa de analizar si las redes sociales constituyen un peligro para la salud mental de los jóvenes, un asunto sobre el que cada vez existen más preocupaciones, aunque escaso análisis científico. El reporte comienza por afirmar que casi el 95 % de los jóvenes norteamericanos de 13 a 17 años informan que usan algún tipo de red social, y más de un tercio lo hacen “casi constantemente”. Entre los beneficios que perciben los adolescentes están “sentirse más aceptados” (58 %), disponer de “apoyo en los momentos difíciles” (67 %), “un lugar para mostrar el lado creativo” (71 %), y “más conectados con lo que sucede en la vida de sus amigos” (80 %). Cuando se les pregunta sobre el impacto de las redes sociales en su imagen corporal, el 46 % dice que las redes sociales les hacen sentir peor, el 40 % que no les hacen sentir ni mejor ni peor, y solo el 14 % que les hacen sentir mejor.

Los padres tienen la responsabilidad de conocer cómo este fenómeno puede afectar a la vida de sus hijos

Hay una cierta diferencia estadística entre la percepción de los niños y las niñas. De hecho, más de un tercio de estas dicen que se sienten “adictas” a ciertas plataformas, y más de la mitad informan que les sería difícil dejarlas. Algunos de los estudios mencionados en el informe muestran que los adolescentes que pasan más de tres horas al día en las redes sociales doblan su riesgo de experimentar sintomatología relacionada con la salud mental, como depresión y ansiedad. También pueden perpetuar la insatisfacción corporal, los comportamientos alimentarios desordenados, la comparación social y la baja autoestima -algo que se produce con mayor incidencia entre adolescentes de sexo femenino- o la tolerancia hacia actitudes de odio o discriminación. Además, afectan de manera colateral a estilos de vida que tienen relevancia en la esfera preventiva, como las alteraciones del sueño y la reducción de la actividad física. Precisamente, la Asociación Estadounidense de Psicología (APA, por sus siglas en inglés) publicó hace un mes su primer documento de posición y recomendaciones sobre el uso de las redes sociales por los jóvenes (“Health advisory on social media use in adolescence”). Según la APA, el empleo adecuado de las redes sociales debería basarse en el nivel individual de madurez de cada adolescente, y en el entorno que les ofrezca su hogar.

El informe del U.S. Surgeon General ofrece ciertas recomendaciones para ayudar a mitigar el problema. Pide garantizar que los jóvenes y sus familias dispongan de información y herramientas para que las redes sociales sean más confiables, y que los legisladores adopten regulaciones para fortalecer los estándares de seguridad y protección de la privacidad. Las empresas de tecnología han de evaluar con mayor transparencia el impacto de sus productos en los niños, y compartir datos con investigadores independientes. Y los padres tienen la responsabilidad de conocer cómo este fenómeno puede afectar a sus hijos, establecer espacios libres de tecnología para fomentar las relaciones personales, educar sobre comportamientos responsables, y ser capaces de detectar actividades problemáticas.