A la presidenta Chivite le había cambiado el semblante. Como si de repente se hubiera salido de sus bisagras. Era evidente que estaba atrapada entre las estrellas retorcidas del reciente resultado electoral. Y si bien el socialismo navarro había mantenido el tipo, el PSOE había caído por un desbarrancadero. Y esto, de rebote, la encajonaba en una toma de decisiones muy arriesgadas. Otra cosa es que aquel malestar tratara de disimularlo a golpe de farol con la ayuda de su guardia pretoriana al mando de Alzórriz y Santos Cerdán quien le aconsejó acelerar todo y todo lo posible para marcar territorio y relato.

Quizá la presidenta tenía una vanidad comparativa. Quizá abusaba del resplandor de sus argumentos. El caso es que se convenció a sí misma que podía reeditar el Gobierno. Aunque sabía que para ello debía garantizarse la abstención de EH-Bildu. Algo que, o lo daba por hecho, o se lo adjudicaba por derecho. Si no, nadie se explicaba por qué hablaba con tanta seguridad. Por qué había vendido la piel del oso antes de cazarlo.

Tal vez esto lo había compartido con Pedro Sánchez, pues aquellos días la presión sobre Ferraz para que el socialismo español no perdiera las elecciones del 23J era bestial. Así que pactar con EH-Bildu, de palabra, obra u omisión, seguiría sonando como una caja registradora enloquecida por el rédito electoral de la derecha.

Mientras tanto, en la sede de EH-Bildu recitaban con insistencia esta cita de Shakespeare : «Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras» 

Y es que daba la impresión que, o bien sabían que aquel marco ganador de la Presidenta tenía recorrido, o se guardaban un as en la manga para poner patas arriba un Parlamento abocado a nuevas elecciones.

Quizás nos adentrábamos en un desierto gangrenoso. Pero el verano estaba a la vuelta de la esquina y la gente solo quería vivir en un permanente estado de vacaciones.