Han pasado meses de estancamiento del conflicto en Ucrania sin que en ese tiempo se haya habilitado la menor iniciativa real para buscar una salida a la crisis y poner fin a la violencia derivada dela invasión rusa. La expectativa de una mediación china se ha quedado en nada. No hay plan de Xi Jinping que pueda presentarse a las partes ni la confianza en el régimen de Beijing es suficiente para crear la expectativa de una reconducción del problema hacia un alto el fuego, menos aún hacia una mesa de diálogo. En ese sentido, muchas voces en el panorama internacional abogan por la diplomacia como fórmula alternativa al rearme de Ucrania –por ahí pasaron desde Erdogan al propio Xi y la práctica totalidad de las fuerzas políticas de la izquierda europea– pero ninguna ha pasado de la declaración de intenciones o el brindis al sol.

Lo peor que le está pasando a Ucrania es la adaptación de la diplomacia internacional a una situación de crisis bélica permanente, de baja intensidad incluso. Se superó el temor a un colapso energético en el invierno por la falta de suministro de petróleo y gas ruso y, ahora mismo, las preocupaciones económicas se centran más en la cadena de suministros, el incremento de la inflación y el mantenimiento de la actividad y se están afrontando con recetas destinadas a contener sus síntomas pero, en su diagnóstico, no se contempla seriamente que el origen de la enfermedad sea el conflicto en Ucrania. La cronificación de la guerra puede llevar a adaptarse además a sus tiempos en los ciclos de invierno y verano. De facto, no son pocos los analistas que ya contemplan con mayor preocupación que el estancamiento del conflicto la eventualidad de un desplome de las líneas militares rusas que daría lugar a una escalada cuyo límite no descartaría el recurso al arma nuclear táctica por parte de Vladímir Putin. Europa no se puede permitir el lujo de que Rusia gane esta guerra de agresión ilegítima pero empieza a asumir que tampoco la puede perder. Pero el curso de una ofensiva no augura margen para establecer un estándar de garantías de integridad de las partes hasta un nuevo agotamiento de recursos. Perdida la oportunidad de intermediación, con un presidente chino, único interlocutor reconocido por Putin, de perfil, el horizonte inmediato es claramente pesimista.