Anda Bob Dylan por aquí cerca –lo noto en los chakras–, tal que esta pasada noche en Logroño y las dos anteriores en Donosti y mañana y pasado en Barcelona. Amén del apartado musical en sí mismo, ha causado revuelo algo que ya viene haciendo hace tiempo: prohíbe usar los móviles durante el concierto. Cuando entras, el personal del concierto introduce el móvil en una bolsa con un sistema electrónico que impide activarlo hasta que sales. Creo que Dylan lo hace para protegerse a sí mismo –nunca le han gustado las fotos–, pero también para proteger el espectáculo, sea este de la calidad que sea. Y, de algún modo, para protegernos a los espectadores de nosotros mismos. Pienso, de hecho, que esta tendencia va a ir en aumento y que se va a extender a muchos artistas y eventos, en la medida en que el uso de móviles no es tal, sino que es un abuso. No hace falta irse muy lejos para darse cuenta de eso, puesto que la inmensa mayoría de quienes tenemos teléfono con internet abusamos de él en cualquier situación y circunstancia, incluidos los conciertos.

Hace unos años, en Amsterdam, harto de flashes de móviles, Dylan paró el concierto y dijo: O tocamos o posamos. Pero hemos venido a tocar. Esto, en según qué competiciones deportivas, es tremendo, con espectadores que no ven el gol o no ven al ciclista más que a través de la cámara del móvil. No es que se pierdan la experiencia, es que la experiencia es otra. No estás a lo que estás, creo yo, como no estás a lo que estás si andas chequeando tu móvil cada dos minutos mientras alguien delante de ti canta o actúa en una obra de teatro o una película. Estos trastos son muy adictivos y nos están comiendo por las patas. A los mayores. Así que qué no harán con los niños a los que ya se les compra a edades exageradamente tempranas. Cualquier toque de atención por tanto siempre viene bien. Y si me lo da Dylan, mejor que mejor.