La rebelión iniciada ayer por el jefe de la organización paramilitar mercenaria rusa Wagner, Yevgueni Prigozhin, contra el régimen de Vladímir Putin es un desafío sin precedentes al siempre blindado poder del Kremlin que puede tener consecuencias imprevisibles y peligrosamente desestabilizadoras no solo para Moscú sino para toda la región y, obviamente, para Europa. El insólito y explosivo conflicto entre Prigozhin y la elite militar rusa, en especial con el jefe del Estado Mayor, Valeri Guerasimov, sobre el transcurso de la guerra en Ucrania ha derivado, tras un supuesto bombardeo del propio ejército del Kremlin contra posiciones de Wagner, en un combate contra el gobierno y el sistema político, incluido su presidente. El avance de las tropas compuestas por miles de mercenarios –en su mayoría, convictos–, incluido el control de instalaciones militares tras la toma de ciudades, en su tránsito hacia la capital rusa sería considerado, sin duda, utilizando los parámetros occidentales, como un golpe de estado en toda regla. Se trata de un intento de cambiar el poder y su organización por la fuerza de las armas, controlando incluso al ejército. La opacidad de la Rusia de Putin y la ausencia, por expulsión sistemática de periodistas, de la prensa internacional impiden conocer el desarrollo exacto de los acontecimientos. En estas circunstancias, el riesgo de una guerra civil es enorme. El primero que ha utilizado esa expresión ha sido el propio jefe de los mercenarios, lo que da idea de lo descabellado que es su objetivo y de su desconexión con la realidad. No obstante, la posibilidad de un conflicto a gran escala es grande. Aunque desde Ucrania ya se interpreta que es un signo hacia el colapso del régimen de Putin, la comunidad internacional ha optado de momento por la prudencia y por seguir de cerca los acontecimientos. En función de su resolución final, esta rebelión puede acabar con Putin o puede reforzarlo. El presidente está pagando las consecuencias de su estrategia, tanto en lo relativo a su apuesta por la guerra –que no consigue ganar, lo que está enfureciendo a sus hasta ahora aliados como Prigozhin y haciendo mella en la moral de la población– como a su aceptación de la intervención en su favor de un sanguinario ejército privado como Wagner. Es el riesgo de intentar cabalgar un tigre enloquecido.