La ronda de contactos que esta semana ha llevado a cabo el presidente del Parlamento, Unai Hualde, con los distintos portavoces parlamentarios ha terminado sin acuerdo. Era una consulta preceptiva por la propia normativa electoral, que da diez días desde la formación del Parlamento para realizar una primera toma de contacto. Era previsible que a estas alturas no hubiera una candidatura, y no la ha habido.

De hecho, rara vez ha sido así. A falta de mayorías absolutas el proceso de investidura casi siempre ha sido largo. Lo fue en 2019, en 2015 y en 2007, por poner unas fechas cercanas. Solo en 2011, con el pacto UPN-PSN, se pudo hacer antes pero, casualidad o no, aquel Gobierno apenas duró un año. Así que en cierto modo la dinámica de negociación de estos días entra también en el marco de la lógica política. Sobre todo si se tiene en cuenta que hay unas elecciones generales a la vuelta de la esquina, con lo que implica a nivel organizativo pero también como condicionante político, en Navarra como en Madrid.

En la negociación de estos días se percibe sin embargo un clima de desconfianza y de recelo que pone en duda todo lo anterior. Y aunque es lógico que a estas alturas no haya un acuerdo de Gobierno, también es llamativo que tres fuerzas que han gobernado juntas los últimos cuatro años –PSN, Geroa Bai y Contigo Zurekin– exhiban ahora una distancia tan importante. No solo en cuanto a lo que debe ser la estructura del nuevo Gobierno o las cuestiones programáticas, sino en la mera relación personal. Y que amenaza con poner en riesgo la formación del propio Gobierno.

Una rivalidad que viene de lejos

Hay en cualquier caso problemas de fondo que habrá que resolver de forma satisfactoria para todas las partes si se quiere lograr de una mínima estabilidad. El primero es el propio reparto del Gobierno. Una cuestión de la que los partidos prefieren no hablar porque parece que sólo buscan el reparto de puestos. Pero que es la clave de cualquier negociación postelectoral. Porque de eso van precisamente las elecciones, de elegir quién manda. Y eso es lo que se está decidiendo ahora, cuál es el área de influencia de cada partido.

Y ahí el PSN ha considerado que es su momento de apretar el acelerador. Los socialistas aceptaron un Gobierno de coalición hace cuatro años porque era la única forma de llegar al Palacio de Navarra, y lo hicieron tras una negociación relativamente cómoda que dejó de su lado no solo la presidencia del Gobierno, sino los pilares principales del Ejecutivo foral. Incluida una mayoría en el Consejo de Gobierno muy superior a la realidad parlamentaria y la propia comunicación política, que siempre han jugado en favor de los intereses del PSN, de forma no siempre ortodoxa.

Geroa Bai en cambio optó por defender su espacio de influencia en sus departamentos, que han sido además los más beneficiadas por los fondos europeos. Una gestión que sin embargo ha ido quedando en un segundo plano por la propia composición del Gobierno, que le ha restado visibilidad. Pero también porque la coalición en ocasiones ha parecido estar más centrada en su pulso interno con el PSN que en poner en valor las luces de un trabajo conjunto que, en líneas generales, ha sido bien valorado por la mayoría de la población.

Una rivalidad soterrada que casi siempre han quedado dentro del Palacio de Navarra porque ni el PSN quería vender una imagen de inestabilidad ni Geroa Bai quiso llevar la tensión al seno del Gobierno. Pero que ha salido a relucir tras las elecciones porque, en lo que al equilibrio interno de poder se refiere, el resultado de las urnas no ha sido concluyente. Más allá del baile final de escaños, que ha jugado en detrimento de Geroa Bai pero no en beneficio del PSN –EH Bildu es la única fuerza que crece en votos– el juego de mayorías sigue como estaba.

Sorprende por ello el empeño del PSN por revisar una estructura de Gobierno que sigue estando claramente a su favor y que nadie le discute. Y que lo haya hecho además desde el principio y de forma pública. A fin de cuentas, Geroa Bai solo pide seguir como estaba y, le guste o no al PSN, sigue siendo un aliado estratégico y clave para los propios intereses del socialismo navarro. El único que le puede garantizar la presidencia y la estabilidad, y el que aporta transversalidad identitaria al futuro Ejecutivo foral. Un aspecto que se intenta obviar pero es imprescindible si el Gobierno de Chivite quiere contar con una mayoría social a su favor.

A falta de que EH Bildu, dolida también con el PSN, concrete su posición –un capítulo sin resolver todavía y del que habrá que hablar más adelante– y con UPN esperando cualquier error para recuperar el poder, la coalición de la última legislatura sigue siendo la consecuencia lógica, natural y previsible de estas últimas elecciones. Pero no es inevitable. Requiere un clima mínimo de confianza, cohesión y empatía que ha faltado en estas primeras semanas.

Algo fundamental si se quiere dotar de una mínima solvencia y estabilidad al Gobierno de Navarra. Porque no se trata sólo de sacar adelante una votación de investidura con más o menos ilusión, sino de un proyecto para cuatro años. Serio, estable y sobre todo, con capacidad de gobernar. Y eso ahora mismo parece muy lejano. Quizá después del 23 de julio se aclare en panorama.