La política es transmitir estados de ánimo, emociones, ilusiones... La actitud y la comunicación no verbal es lo que funciona. Debates más anímicos y viscerales que políticos. Más allá de las ideas, de los intereses de la ciudadanía, el cómo se argumenta y la seguridad en lo que se dice es lo que importa. “Seré un presidente de fiar, no voy a mentir a los españoles”, dijo un Feijoó, moderado, en un tono dialogante, dispuesto a “unir” a todos los españoles frente a un Sánchez que apelaba en su discurso final a no volver a un “túnel tenebroso” del pasado dictatorial. Dejó escapar a ese Feijoó robótico (sacado de un ensayo de IA) incapaz de defender a las mujeres frente a una ultraderecha que no condena la violencia machista. Pasó de él ese caliz. Es verdad que esperaba un Sánchez más sólido, con más aplomo y presidencial, no tan tenso y agresivo en cien minutos de combate atropellado. Lo importante no era quién gobierne sino con quién. Pactos y más pactos. Feijoó fue más hábil, se quitó de en medio a Abascal ofreciendo al PSOE un acuerdo para evitar que Vox llegue al Gobierno. Quien se ve como caballo ganador incluso trajo el papel para firmar un pacto de abstención que dejara gobernar a la lista más votada. No hubo respuesta al ‘tú o yo pero ambos’. Sánchez quedó noqueado ante quien mintió sin despeinarse y se cebó con los pactos con el “brazo político de ETA” utilizando una vez más a las víctimas. Nada de programa, ideas o futuro de país. Feijoó no quiere pactos con los “extremos”, en realidad, con un país plural y con muchas identidades. Trató de meter en el mismo saco a Vox y a otras fuerzas nacionalistas o de izquierdas. Pero no cuela. La verdadera vergüenza es la ultraderecha con la que el PP gobierna en muchas comunidades y municipios.