La mentira ha acampado en la campaña electoral. Ha sido uno de los reproches más repetido. Alguien ajeno a la política podría llegar a suponer que por encima de los planteamientos programáticos y los debates, el reto durante las dos últimas semanas ha sido detectar y denunciar los temas en los que los candidatos han faltado a la verdad. Los gabinetes de comunicación y los periodistas han seguido el rastro de la falsedad como sabuesos. Ahora es más difícil que nunca sostener un discurso fundado sobre mentiras: la verificación es inmediata e irrebatible. Y sonrojante para quien es descubierto. Pero para nada reconforta atrapar antes al mentiroso que al cojo; el cojo sabe que la mentira corre más rápido, genera morbo, y la verdad resulta aburrida por replicante. La duda inquieta: si te pillan en una mentira estruendosa, ¿cuántas medias verdades has colado hasta ser descubierto? ¿Cuáles han sido deliberadas y cuántas responden a una lectura o interpretación inexacta? A este nivel de quienes aspiran a la Presidencia del Gobierno, me parece tan grave falsear la realidad como desconocerla. En fin; un estudio realizado en la Universidad de Massachusetts reveló que el 60 % de las personas mienten al menos una vez durante una conversación. Está revuelto el patio. Hoy, cuando acuda a votar, procure no mentirse a sí mismo.