Estamos ahí, como siempre, Lucho y yo bajo el toldo, y le digo, sin más: Me gusta esta época, Lucho, viejo amigo: mi corazón irradia una herejía especial. Y me dice: Querrás decir energía, Ferdy, has dicho herejía. Y bueno, sí, vale, qué más da: los niños y las niñas al cole. A estudiar. Y las madres y los padres a trabajar. A ponerse las pilas. Septiembre tiene ese encanto magistral. La gente se pone las pilas. Y ahí están todos poniéndose las pilas. Yo tengo que hacer miles de cosas, dice una. Pues yo, millones, dice la otra. Eso es fascinante. A mí me chifla. Verlo, quiero decir. Como espectáculo, ya me entiendes, Lutxo. El fluir de la existencia con sus ansias y celos, y con su blablablá voraz tan encantador. La comedia humana de toda la vida. No obstante, que sea comedia y no tragedia: eso siempre es preferible.

No hay que cargarse la comedia. Por razones obvias, supongo. Porque sin comedia, solo somos tragedia y punto. Ya lo hemos visto antes. Todos los fanatismos odian la comedia, por algo será, ¿no crees Lutxo? Y de repente, me dice: Estaba pensando que, ya que esta es la primera columna de la temporada, estaría bien que saludaras a la nueva alcaldesa, la rubia de las joyas, ¿cómo se llama? Así que le digo: Eres medio de la UPN y no sabes cómo se llama tu alcaldesa, se llama Cristina Iglesias. Y me suelta: Se llama Cristina Ibarrola, no Iglesias. Y tiene razón, claro: me he vuelto a liar. Lo siento, es Ibarrola. Es la de las cocinas, dice. Viejos tiempos que no volverán, digo. Siempre nos quedarán nuestros recuerdos, dice. Y entonces le digo: Si yo fuera poeta y tuviera que escribir un poema titulado Corazón hereje, tendría que ser a la fuerza un poema cómico. Porque no hay mayor herejía que la comedia. Ya lo decía Amos Oz en aquel ensayo contra el Fanatismo. Los fanáticos odian la risa. Así que eso. Que se titule corazón hereje, qué más da.