Sin lesmes

– Las últimas aperturas del año judicial que recuerdo eran una recreación del día de la marmota. En las imágenes servidas por las agencias siempre aparecían el hijo del emérito y el ínclito Carlos Lesmes caminando en plan Reservoir Dogs, compitiendo en altura y apostura, el primero con frac impecable y el segundo, luciendo en las mangas puñetas de ensueño y calzando zapatos de chúpame la punta. Luego venían los discursos, que en el caso del Borbón joven era un cúmulo de lugares comunes y en el de Lesmes, una bronca de padre y muy señor mío a los políticos (principalmente a los de izquierdas) por no haber renovado los órganos del poder judicial. Después de la dimisión del tipo —miren que le costó una hueva—, esa parte nos la ahorramos ayer. Es verdad que su sustituto en funciones al frente del Tribunal Supremo, Francisco Marín, no pudo evitar sacar el asunto en su perorata. “Es desolador”, dijo, con toda la razón del mundo, “que se vayan a cumplir cinco años desde que expiró el mandato del CGPJ y la renovación siga bloqueada”.

Elefante en la habitación

– Sabía el tal Marín que predicaba en el desierto. Con dos investiduras contrapuestas a la vuelta de la esquina y una abrumadora sensación de provisionalidad, no parece que sea el momento de acordar lo que ha sido imposible de consensuar en tiempos aparentemente más estables. Menos, si ahora mismo está sobre la mesa nada menos que la promulgación de una ley de amnistía para todos los encausados por el referéndum del 1 de octubre de 2017 en Catalunya. Una cuestión que, por lo demás, fue el clásico elefante en la habitación durante el acto de ayer. Estaba en la cabeza de todos los presentes (y seguramente, en los corrillos), pero no hubo la menor alusión, ni siquiera velada, en los parlamentos públicos. Otra cosa que con Lesmes no hubiera pasado.

Y en Murcia...

– Quiso la casualidad que el evento coincidiese prácticamente en hora con la investidura del presidente de Murcia, Fernando López Miras, gracias a los nueve votos que tiene Vox en la Asamblea de la comunidad uniprovincial. Después de tres meses jurando que no pactaría con los abascálidos ni con un sable al cuello, el baroncete murciano engrosa la amplia lista de bocabuzones del PP que acaban tragándose sus palabras y formando gobierno con la extrema derecha. Siempre, como también está largamente acreditado, metiendo en el gabinete a los personajes más extravagantes y ultramontanos. Pero, según Feijóo, la anomalía democrática es que en el Congreso se hable euskera, gallego o catalán.