Hay un ingrediente sustancial del fútbol que tiene un tremendo impacto en el organismo: los puntos. Los resultadistas necesitan tomar una o tres dosis semanales para mantener el equilibrio emocional y hasta el intestinal. Los pragmáticos navegan durante nueve meses entre la euforia de acumular más de 42 y la ansiedad de no llegar a los 38. Los veteranos, cuando las cosas van torcidas, aplican remedios estacionales en forma de rachas, como quien sufre una alergia. Los incondicionales administran cataplasmas caseros: “Hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual”. Pero hay un momento en el que todos coinciden en el diagnóstico: el fútbol lo cura todo. Ocurre el día que tu equipo gana después de un largo proceso de rehabilitación. Así estaba Osasuna desde que con sus errores se autoeliminó de la Conference League.

Hasta cierto punto era fácil diagnosticar ese desfallecimiento; el club y la plantilla habían convertido en prioritaria la participación en la competición continental, y verse apartado de ese objetivo en las dos primeras semanas de la temporada dejó a todo el mundo tocado en sus expectativas de vivir otro año diferente. También a la afición, anímicamente desvitalizada. Luego vino la convalecencia, tres derrotas y un empate, con decisiones arbitrales que han metido el dedo en la herida, con regalos defensivos clamorosos donde se supone que el equipo es más fuerte, recibiendo muchos goles y marcando pocos o ninguno, con una debilidad enfermiza en El Sadar. Como cuando reventó la covid, todo el entramado entró en esa cuarentena silenciosa que es la sospecha. ¿Es correcto cambiar de portero cada jornada? ¿Llega el Catena de ahora al nivel de rendimiento del Aridane de hace solo unos meses? ¿Es Mojica el lateral que necesitaba el equipo? ¿Qué le pasa a Moi Gómez? ¿Es un refuerzo Arnaiz? ¿Habrá que esperar a marzo para aplaudir los goles de Budimir? ¿Expresa el desquiciamiento de Chimy la inestabilidad temporal de la plantilla? Los tres años anteriores, Osasuna no pasó por aprietos porque supo administrar la cosecha de puntos de los primeros meses; ahora provocaba calentura cruzar la cuenta de puntos con las jornadas del calendario. Hasta que llega ese momento en el que el fútbol cura a resultadistas, pragmáticos, veteranos e incondicionales.

Solo así cabe recibir esta victoria terapéutica en Mendizorroza. Pero, ya digo, el alivio lo provocan más los puntos que el juego, el misil de Arnaiz a la escuadra más que su aparición en zonas de luces y de sombras, la pericia rematadora de Budimir más que el lento aprendizaje de Raúl García de Haro, las estiradas de Sergio Herrera más que sus estiramientos. Porque el partido, en general, no mejoró el rendimiento de Osasuna, solo puso en valor su experiencia a la hora de manejar las ventajas de goles y efectivos, un control conseguido también a base de poner a congelar su ambición hasta el último cuarto de hora. Algo raro en Osasuna que solo cabe atribuir al miedo a una posible recaída.

Si hay algo que no cura el fútbol lo sanan los puntos, como un cosido que contiene una sangría. Lo necesitaba Osasuna y el osasunismo.