Tristeza. Quizá no sea el título acertado. La violencia indiscriminada desatada entre Hamas e Israel ha derivado en una vulneración permanente del derecho a la vida en todas sus dimensiones en Gaza. La matanza de cientos de personas en el Hospital Anglicano de esta ciudad es incalificable. Hamas y la Autoridad Palestina señalan a un misil de Israel como responsable. Israel apunta a un cohete fallido lanzado por la Yihad Islámica, otro de los grupos islamistas, con mucha menos capacidad militar que Hamas, que operan en esa interminable guerra. No lo sé, aunque es cierto que Israel pasó en pocos minutos de reconocer en cuentas oficiales próximas al mismo Netanyahu la autoría del bombardeo a señalar a ese grupo y pasó también de emitir un vídeo como prueba de su denuncia a retirarlo rápidamente al comprobarse que las imágenes mostraban hechos de 2022. No tengo la certeza necesaria sobre la verdad de este hecho, pero la desinformación es una de las armas más contundentes y efectivas de la guerra. Y la capacidad de la propaganda de cada parte para difundir los bulos y desinformaciones es ahora mayor que nunca antes. Tampoco es nuevo: ahí está Aznar mintiendo sobre las armas de destrucción masiva en Irak para justificar aquella guerra ilegal e inmoral. Pero más allá de la autoría de esta matanza, los bombardeos indiscriminados de la población civil palestina se suceden cada día.

Escuelas, caravanas de vehículos que huyen, hospitales, casas, etcétera hasta sumar ya más de 3.000 personas asesinadas. De ellos, al menos 1.000 niños y niñas. Casi 2 millones de personas condenadas a morir poco a poco sin agua, alimentos, electricidad, medicinas. Esto ni siquiera se molesta en desmentir o cuestionar Israel. Son víctimas que da por asumidas y hechos asumibles. En este contexto parece, cuando menos, difícil poder creer que ese misil junto a un hospital no forme pare de esa campaña anunciada y planificada de castigo y destrucción de Gaza desde hace 12 días. Tristeza y desazón también por la incapacidad de la Comunidad Internacional por poner fin a esta sangría, que no es de ahora, sino una constante desde hace 75 años. En especial, la Unión Europea, limitada su presencia a un papel de segundón y enredada en un discurso en el que la confusión y contradicción de sus posiciones destacan mucho más que la claridad en defensa de los derechos humanos. Pero también la incompetencia de la ONU para asegurar el cumplimiento de las resoluciones sobre Palestina que han sido aprobadas desde 1948. No creo que sea un tema de bandos. Ese argumentario forma parte de la campaña de desinformación e intoxicación. La realidad es que en Gaza, lo han denunciado instituciones, gobiernos y organizaciones independientes de todo el mundo, se están cometiendo con una impunidad absoluta crímenes de guerra y se está vulnerando todas las leyes de la guerra –que las tiene, aunque no lo parezca nunca–, el derecho humanitario y la legalidad internacional sobre la territorialidad de Palestina. Tampoco creo que todo ello lleve alguna vez a los máximos responsables ante la Corte Penal Internacional. Y tristeza, porque la deshumanización de nuestra sociedad hoy en el mundo, no hablo solo de Palestina e Israel, no parece tener vuelta atrás. Mientras, eso sí, el negocio de las armas a lo suyo.