Llueven las bombas israelíes sobre Gaza y llueven las siniestras cifras de muertos. ¿Con qué garantía de veracidad? Me temo que con bastante poca. De hecho, si uno se toma un par de minutos para comparar los datos ofrecidos por la misma fuente (normalmente, Hamás), se comprueba que no cuadran entre sí. Es obvio que la propaganda -Tel Aviv también lo hace, ojo- engorda los partes transmitidos. Eso, sin pasar por alto, en lo puramente logístico, que ahora mismo es imposible llevar una contabilidad fidedigna de los cadáveres. ¡Los que habrá bajo los escombros!

En cualquier caso, no hace falta que nos ofrezcan las cifras reales para tener claro que los muertos se cuentan por miles y que, desde que comenzó la operación de castigo hebrea, prácticamente todos y cada uno de ellos son palestinos, y, por lo menos, uno de cada cuatro, niños.

TEL AVIV NO QUIERE TESTIGOS

Con esa situación, es perfectamente entendible que Israel no haya querido tener testigos desde el principio. Y ya no solo hablamos de periodistas, a los que se les ha ido prohibiendo sistemáticamente el acceso a la Franja. Ayer mismo vimos cómo el embajador de Israel en Naciones Unidas presumió con arrogancia de haber denegado el visado al subsecretario de Asuntos Humanitarios de la ONU, Martin Griffiths. Esta vez no hubo justificación burocrática, como en el caso de los camiones de ayuda. Al embajador se le llenó la boca diciendo que se trataba de “darles una lección”. Se refería, ahí es nada, al mismísimo secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, al que acusa de haber justificado los ataques de Hamás que provocaron la operación de castigo.

Las cosas no fueron así. Al abrir la sesión del último Consejo de Seguridad, Guterres se limitó a recordar que los palestinos “han visto cómo su tierra era constantemente devorada por los asentamientos y asolada por la violencia; su economía, asfixiada; su población, desplazada, y sus hogares, demolidos”. Unas palabras contundentes, desde luego, y que no faltan a la verdad. En todo caso, nada que pueda ser entendido como tomar partido por la organización terrorista. Bien por Guterres esta vez.