La investidura de Sánchez está cada vez más encarrilada. Prácticamente hecha a falta de meros formulismos. La única opción salida de las urnas el 23 de julio con opciones de concretarse se sustanciará esta semana o la que viene en una sesión de investidura que sólo espera a que todo esté atado y bien atado para convocarse formalmente. Ahora todo son gestos de cara a la militancia, a los poderes fácticos y a la opinión pública. Y protagonizados por la maldita palabra que empieza por A, desterrada hasta ahora del abecedario político y sobre la que gira todo el debate. En esta tesitura, la derecha ha dejado clara cuál va ser su estrategia. Por si había alguna duda. Feijóo ha lanzado un zafarrancho de combate para sacar a la calle a las huestes del PP (la “derechita cobarde”, que decía Abascal) para oponerse a la amnistía.
Con todo contra el sanchismo al que creían derrotado. Con el apoyo del sector conservador de la judicatura y mirando de reojo a Vox, que está planteándose una huelga general, para que no les quite votos del zurrón. De ahí a la deslegitimación del resultado de las urnas sólo hay medio paso. Calcando la estrategia de Trump que desembocó en presiones en la calle y las instituciones y acabó con miles de personas asaltando el Congreso. Una peligrosa estrategia que los líderes del PP ya empiezan a aplicar como única y alarmante iniciativa política.