Decir en mala prosa lo que habría que decir en poesía, Lutxo, es una pena. No obstante, todos lo hacemos, aceptémoslo. Decir en prosa inflada lo que es poesía, es nuestra condena, le digo a Lucho, conmovido yo mismo, no sé por qué. Pero nada. Lucho no me contesta. Ni me mira. Hoy, además de ser lunes (porque esta es la columna que sale los miércoles pero se escribe los lunes), Lucho está enfurruñado. Con el morro largo. No me extrañaría que fuera el día más triste del año. De todas formas, permítanme un inciso, qué verbo tan gracioso enfurruñarse: tiene que ser ancestral. Seguro que Adán y Eva ya se enfurruñaban allá en el paraíso, los muy majaderos. Pero bueno. La cuestión es que Lucho está enfurruñado, sí. Y lo está porque dice que nos hemos cruzado por la calle y no le he saludado adrede. Se enfurruña por eso. Hasta me llama escéptico. Como si fuera un insulto. Seguro que no sabe ni lo que significa. Así que yo le digo que perdone, ¿qué le voy a decir? Le explico que, por desgracia, no veo bien. Y es verdad. Con un ojo veo torcido y con el otro veo distante. No obstante, con ambos veo borroso, claro. Y ya no es solo eso, ya no es solo que vea torcido, distante y borroso, es que además me lloran los ojos. Por motivos diversos, por supuesto. ¿Cómo no voy a ser escéptico, estoico, fatalista o lo que sea? Claro que lo soy. Ahora bien, si en algo creo yo, dado que el verbo creer es tan poco exigente y hasta los escépticos creemos en algo, es en la poesía, Lutxo. Si algo puede salvar aún la deriva sesgada y errónea que está llevando la especie es eso, le digo. Y me contesta (por fin se digna) que al diablo con la especie: que el ser humano quiere ser individuo a toda costa. Y puede que tenga razón, claro. No obstante, ya que estamos en enero, voy a acabar con un bonito haiku titulado precisamente Odioso enero. Dice así: Días tacaños / la urraca solo lleva / hielo en el pico.