Cada vez estoy más convencida de que una forma de vivir comprometidas con lo que nos rodea es ver cine, ir al teatro, bailar, leer, escuchar música, disfrutar del arte y la creatividad. Y no solo por amor al arte o por respeto a la cultura, sino porque las películas, las novelas, las canciones... nos hablan de la vida, de nuestra sociedad, de cómo somos, de cómo actuamos. Solas y en comunidad. Cine y vida se dan la mano en la última película de Juan Antonio Bayona La sociedad de la nieve, un argumento, ya sabido, que relata la odisea de un grupo de viajeros del vuelo que se estrelló en los Andes en 1972.

Allí padecieron más de dos meses, 72 días y noches, de historias extremas de supervivencia, en lo material pero sobre todo en lo emocional. Dos horas largas de cine que se pasan rápido, compartiendo con los personajes sus miserias físicas y sus debates morales. La vida y la muerte. Muertes que dan vida y vidas que siguen para recordar a quienes murieron por el camino. Hay muchas escenas impactantes, pero el momento en el que uno de los supervivientes no quiere subir al helicóptero que los rescata sin el bolso en el que ha ido guardando los recuerdos de cada uno de los fallecidos para dárselos a sus familias es especial.

Como el propio director ha dicho, la película recupera la memoria de aquellos que no salieron en los titulares, dando papel a los que no sobrevivieron, a la idea de la fuerza del grupo, sin actores principales, sin héroes o con un nuevo concepto de heroísmo. Ya el título lo dice todo, La Sociedad de la nieve. Y es que los protagonistas acaban organizando una pequeña sociedad sobre el manto blanco. Una manera de sobrevivir y salir adelante superando el más difícil todavía, porque la montaña exige mucho. Iba a decir que padecieron condiciones infrahumanas, pero realmente demostraron una tremenda condición humana. Pudiendo sacar lo peor de sí mismos y perderse en el sálvase quien pueda individualista, se inclinaron por un enorme ejercicio de solidaridad y generosidad colectiva.

Un ejemplo de cuidados, de sacrificio por los demás. De amor en el sentido más amplio de la palabra. Quizá influyó que ya eran un equipo (el vuelo lo componían los integrantes de un equipo de rugby y sus amigos y familiares) y tenían interiorizados esos conceptos. A lo mejor fue la propia montaña quien les inspiró. Las montañas son escenario de muchas historias del bien común, de solidaridad entre montañeros y montañeras, de experiencias de supervivencia basadas en no dejar a nadie atrás. De eso y de ir por delante de los tiempos también saben mucho otras protagonistas más cercanas y menos cinematográficas: las mujeres montañeras pioneras que se pueden ver en la exposición Mendian izan gaitun / Nos queremos en las cimas, en el Planetario de Iruña dentro del centenario de la federación vasca de montaña. Porque realmente creo que todas, todos, tenemos mucho que aprender, en esta sociedad tan líquida, materialista y egoísta en la que vivimos, de estas otras historias de solidaridad que por afición o por el destino se viven allá, en lo alto, donde cada uno o cada una demuestra, de verdad, el tipo de persona que es.