Es inevitable, porque aunque se sabe todo sobre el golpe del 23-F, no todo está desvelado en su dimensión real, que cada año conforme se acerca la fecha aparezcan nuevas informaciones que aportan un rayo de luz más a lo ya publicado. Esta vez, una entrevista del periodista navarro, Daniel Ramírez García-Mina, al histórico Anson, en aquel tiempo presidente de Efe. Un documento histórico, quizá no tango por lo que revela –aunque la historia del asalto ha sido edulcorada, los nombres de los implicados y muchos detalles ya eran conocidos porque han sido publicados antes–, sino por el relato en el que describe el esperpento de aquella trama. Sus explicaciones, más bien confusas excusas, se centran en que la situación política y la violencia de ETA centrada en altos mandos militares había puesto en marcha un ruido de sables en los cuarteles que auguraba un golpe de estado de militares franquistas.

Para evitar eso, Armada se inventó otro golpe en el que involucró a Juan Carlos de Borbón y a políticos que formarían parte de un Gobierno de salvación al que todos implicados dieron el visto bueno, pero cuando Tejero ocupó el Congreso y le dieron la lista con los beneficiados dijo que para nada porque aparecían también socialistas y comunistas y hubo que cambiar los planes. Según Anson, Juan Carlos de Borbón se sintió traicionado y puso punto final al contragolpe y los demás conjurados, con Felipe González en primera fila al que recomienda preguntarle ahora que está vivo, fueron engañados por las mentiras de Armada, que ya no está en este tiempo.

Lo histórico de sus afirmaciones es que según él todos estaban de acuerdo y que en aquella conspiración generalizada estaban implicados casi todos. El asalto estrambótico y chusquero al Congreso fue tan esperpéntico como la operación montada para contrarrestarlo. La entrevista con Anson, con 90 años y jodido por tener que morirse, todo cuenta en estas confesiones de última hora en el que se mezclan nuevos datos y argumentos de risa, es un documento más que sumar a los testimonios de periodistas, políticos, sindicalistas, embajadas, diplomáticos, espías y banqueros que vivieron aquel tiempo golpista o que posteriormente lo investigaron con fuentes y protagonistas de primera mano. Ya está claro y es sabido que fue un golpe de salones y contubernios con muñidores y correveidiles engañándose unos a otros de aquí para allá. Fue una chapuza sí, pero el 23-F no salió mal.

Fracasó en lo militar, pero consolidó hechos políticos que aún lastran la democracia española: la asunción acrítica de la impunidad para todos los responsables del aparato franquista y de la violencia desatada durante sus últimos años –casi es una casualidad poética la presencia ayer en Pamplona de Martín Villa–, blindar a la Corona a costa de todo, lo que ahora es un ruido ensordecedor, y aceptar el chantaje del ruido de sables golpista como excusa para poner en marcha la recentralización que supuso un recorte por la vía de los hechos del desarrollo de los derechos históricos pactados en la Constitución y origen de los problemas que aún persisten para la vertebración plurinacional, económica y social del Estado. Y por ahí resoplan de nuevo, como entonces, salvapatrias de todo tipo en manifiestos, sentencias judiciales, editoriales, artículos de opinión y tertulias.