UPN está de korrika. Electoral interna. En torno a San Blas y en un plis plas, Cristina Ibarrola se hizo la ola y se reconoció cualidades para postularse como nueva presidenta del partido regionalista. “La que se adelanta, canta”, habría pensado. Intuyó en Toquero el plumero de la misma aspiración y ofreció al alcalde de Tudela, por teléfono y con nocturnidad, la futura vicepresidencia. Proyecto “de unidad”. Unidad subordinada a la aceptación del liderazgo de la proponente. Arrogancia. Soberbia. Supremacista política, corolario del supremacismo social sobre quienes friegan escaleras.

En el vigente organigrama de UPN, Ibarrola desempeña la secretaría de Relaciones Institucionales. Por estilo y vocabulario, no parece que su talante ayude. La contienda abrupta sobre la diplomacia negociadora. Lo demostró en debates de campaña electoral y con motivo de su desalojo democrático de la Alcaldía. Solo salía bien en posados propagandísticos junto a colectivos sociales neutros o afines. La resaca emocional de la moción de censura le ha impulsado a precipitarse. Fijación obsesiva con la vara de mando municipal. Hasta el punto de anunciar una peculiar e insólita bicefalia si saliera presidenta de UPN: su aspiración no sería la presidencia del Gobierno sino la Alcaldía de Pamplona.

El secretario de Organización del PSN y escudero de Chivite ha mostrado su regocijo: “La mejor candidata para que este Gobierno de Navarra dure muchos años”. No es videncia sino venganza por los epítetos de “miserables y escoria”. Tampoco es que Alzórriz sea ducho en el respeto. La concejala Saiz reiteró que nunca haría alcalde a Asiron y se lo evitaron mediante ascenso a ministra. La cercanía a Sánchez, un máster en cambios de opinión. El PP tenderá su mano a los nuevos dirigentes regionalistas. Por ahora, al cuello y a la nómina de cuadros. La debilidad dispersa. UPN dispone de un Comité de Experiencia presidido por Miguel Sanz. Madre de la ciencia. A veces.