El estado de las cosas en este tiempo no pinta nada bien. Asistimos a una masacre diaria en las tierras de Palestina ya con síntomas de rutina pese a que cada día las imágenes muestran un nuevo paso al frente de Israel en el genocidio planificado que está llevando a cabo en Gaza. Se suceden las críticas y las advertencias de importantes dirigentes políticos de Europa e incluso de EEUU y los tribunales internacionales de justicia tratan de aumentar la presión penal sobre Netanyahu, pero nada ocurre. Cuenta por ahora con impunidad absoluta. El Ejército de Israel sigue cumpliendo metódicamente con la destrucción de toda la Franja de Gaza mientras mantiene activa, con la ayuda de colonos armados, la presión sobre los palestinos en Cisjordania y de Jerusalén para expulsarlos también de sus casas y tierras.
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Es descorazonador que no haya hecho nadie mínimamente serio pese a la sistemática violación del derecho internacional, del derecho humanitario de guerra y de los derechos humanos que se lleva a cabo cada día allí. El fantasma de la inhumanidad está ahí de nuevo, blanqueado aún, pero con el mismo peligro de siempre. Vemos en directo las consecuencias del belicismo y de la guerra sin alma en Palestina como lo vemos también en Ucrania, aunque su atención haya pasado ya un plano muy alejado de la primera línea informativa. No hay consecuencia buena para la Humanidad en la guerra, nunca lo ha habido, pero en nuestro presente más cercano lo sabemos desde las masacres de millones de personas en los dos conflictos mundiales del siglo pasado. Sin embargo, en la UE y la OTAN se habla cada vez más y más alto de rearme.
Netanyahu dice que no habrá negociaciones hasta que Hamás no renuncie a sus "ilusorias" propuestas
Lo ha dicho recientemente el canciller Scholz y ahora lo ha vuelto a repetir la ex ministra de Exteriores de Sánchez, Arancha González Laya: “España debe producir más munición y más armamento”. Y hace poco el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, advertía como si no quiere la cosa que los ciudadanos europeos tienen que prepararse para una guerra. Discursos repletos de retórica belicista y acompañados de campañas grandilocuentes de propaganda y desinformación y de miedo. Marcando territorio. En la diana de la parte contraria, Putin y sus fanfarronadas permanentes, el miedo a un triunfo de Trump en EEUU que haga más inestable aún este tiempo y al fondo China.
Parece imposible, pero el afán de autodestrucción de los humanos con ellos mismos o con otras especies animales o vegetales es una constante. Todas las guerras en marcha en el mundo tienen un mismo origen: una pugna internacional de bloques por el control de los recursos naturales y las materias primas, en especial aquellas que son fundamentales para la supervivencia del ser humano como alimentos, agua, energía, tierras y rutas comerciales. Como siempre. La guerra es, ante todo, un cuestión de poder y un gran negocio. Pero a los beneficiarios de ese poder y de ese dinero les pilla lejos siempre la guerra. Nunca pierden. El sufrimiento no va con ellos. Ni tampoco estarán en primera línea ni Scholz, ni González Laya ni Stoltenberg, claro. Ni ninguno de los que alimenten las condiciones para una guerra. Tampoco sus hijos e hijas. Se trata de una regresión al pasado que nadie imaginaba. Porque las exigencias de aumento del gasto militar y el lenguaje belicista marcan un camino de futuro a los sones de los tambores de guerra del pasado.