Una de las áreas clave de cualquier gobierno es siempre el Departamento de Salud y más aún desde la pandemia de 2020, que puso patas arriba la situación y que llevó al colectivo sanitario a un punto de estrés del que todavía no se ha recuperado, con afecciones a muchos niveles. La supuesta falta de ciertos profesionales –no corroborada por todos los estamentos–, el supuesto menor salario médico en Navarra comparado con el de comunidades limítrofes –no compartido por el Departamento– o el evidente envejecimiento de la población y el crecimiento de las necesidades de atención son algunos de los posibles motivos por los cuales el ciudadano de a pie nota de unos años a esta parte que se está perdiendo rapidez y calidad en la atención en Primaria y que, en lo concerniente a las listas de espera, hay algunas esperas que se alargan meses y meses y que las listas, lejos de disminuir, en ocasiones avanzan. Es el caso éste de la lista de espera de primera consulta, que tras un tiempo con descenso vuelve a repuntar desde noviembre y que se ha colocado en febrero por encima de las 66.500 personas, casi en su tope histórico.

Sería una osadía total por mi parte pretender hacer ver que haciendo esto o lo otro este problema se va a minimizar, pero sí soy consciente de que, al igual que sucedía y sucede con las cifras del paro, las cifras de las listas de espera son una herramienta política que suele utilizar la oposición para atizar al gobierno, algo en lo que, políticamente, en su derecho está. Pero, más allá de esa utilidad residual de las cifras, lo básico aquí es que el equipo directivo de Salud dé con la tecla o teclas que permita contener la tendencia y si es posible ir virándola hacia el descenso. ¿Cómo? Ya digo que ni idea, pero seguro que en ello están devanándose los sesos puesto que bien saben que es uno de los objetivos angulares de esta legislatura.