“Un delito informático o cibernético es toda aquella acción antijurídica que se realiza en el entorno digital o de Internet”. Es mentar la bicha y pensar en el acoso sexual y las estafas contra depósitos bancarios, en el bullying, el robo de identidad, las solicitudes de pasta tan falsas como imaginativas... Desde que la era digital vino a vivir con nosotros, todo ello –y más– nos acecha. Sin embargo y de acuerdo con quienes de esto saben, seguimos siendo unos inocentones y, en ocasiones, unos memos de tomo y lomo. Esta semana, una amiga a la que le acababan de jaquear el wasap escribió a la cuadrilla para que estuviéramos atentos ante posibles demandas de dinero desde, en teoría, su número. Varios colegas recibieron extrañas peticiones, nadie picó pero la sensación de ser unos pececillos en un mar embravecido no se me quita de la cabeza. De hecho, una nota policial confirmaba hace unas horas las muchas denuncias que ha recibido en Navarra por casos semejantes al de mi amiga y hacía hincapié en no mandar información de cualquier tipo a desconocidos. Si en la calle nos parara alguien y exigiera saber números y claves de nuestra tarjeta, del teléfono, de la cuenta bancaria, la dirección postal, etc. le mandaríamos a tomar viento. Pues eso, pero con el móvil o el ordenador.