Ojalá que las nuevas generaciones puedan conocer la historia de Jovino Fernández, que logró llegar a la frontera tras escapar del Fuerte Ezkaba, y de otros tantos presos que se fugaron de la cárcel del infierno. Dirigentes políticos y sindicales y militantes revolucionarios y republicanos encerrados por sus ideas que un 28 de mayo de 1938 se jugaron la vida por la libertad. Ojalá que haya un rincón en las viejas celdas del Fuerte donde se respire el hambre y el frío que sufrieron los más de 795 presos que lograron huir en 1938 del hacinamiento y el horror.

Quienes hemos tenido ocasión de visitarlo entendemos que lo allí vivido no puede quedar en el olvido. También lo que supone reformar el conjunto de edificaciones y la necesidad de empezar por algún lado. Dicen que el convenio entre el Estado y Navarra para hacer posible este proyecto está cerca. Me consta que la Comunidad Foral se ha dejado la piel en ello. Ya en la Ley de Memoria Histórica de 2022, Bildu logró que el Gobierno central se comprometiera, en el plazo de un año, a adecuar el Fuerte franquista en un “espacio de memoria” y para 2023 se recogieran vía enmienda tres millones en los presupuestos del Estado.

Una imagen del Fuerte San Cristóbal. Unai Beroiz

La consejera Ana Ollo emplazó a su vez al Estado para avanzar en el acuerdo que ahora parece ver la luz. Barkos (Geroa Bai) reconocía ayer la “degradación” del Fuerte que requiere una inversión que, admite, no corresponde a Navarra. Defensa tiene la pelota en su tejado. En pleno debate sobre el derribo o resignificación de los Caídos, a mi juicio, el penal de Ezkaba es el que debe rescatar la memoria y la justicia.