La ola de calor que estamos sufriendo no es nada si lo comparamos con la escalada del conflicto en Oriente Medio que se encuentra al borde de una guerra total. Irán –que apoya a Hamás– amenaza con vengar el asesinato del líder del brazo político de Hamás en un ataque en el Teherán de los alatoyás nada más estrenarse su nuevo presidente Masud Pezeshkian.

Haniya llevaba el peso de las negociaciones del alto el fuego y dicen que su asesinato dinamita una posible tregua. Altos cargos de Hamás aseguran que el asesinato atribuido a Israel “no quedará impune” y Líbano acusaba a Israel –que sí reconoce haber matado al jefe militar del grupo chií libanés Hizbulá en Beirut– de promover una guerra abierta. Está claro que Oriente Medio está en manos de hombres de guerra que quieren más y más sangre para saciar sus ansias de poder. Haniya pasó de ser primer ministro palestino a hacerse con el control de Gaza por la fuerza sin el refrendo de las urnas. Tres de sus trece hijos y cuatro nietos murieron en un ataque israelí. En aquel momento dijo impasible que era un “honor” que se conviertan en mártires. Y suman casi 40.000 los muertos en Gaza.

Haniya, musulmán sunita, llevaba años autoexiliado en Qatar y en Hamás tildan su perfil de moderado. Cuando abandonó Gaza en 2017 fue sucedido por Yahya Sinwar, un radical que pasó más de dos décadas en cárceles israelíes, cerebro de los ataques del 7 de octubre. En mayo, la fiscalía de la Corte Penal Internacional solicitó órdenes de detención contra Haniya y Singwar, así como contra Netanyahu, por crímenes de guerra. Pero la justicia se mide con misiles y credos. Hamás queda ahora en manos de extremistas. E Israel no quiere la paz.