Vaya, qué casualidad. Otra vez se repite ese lugar común, tópico y algo misógino, del sometimiento como práctica sexual “liberadora” para aquellas personas, sobre todo mujeres en su gran mayoría, que tienen mucho poder económico, social y político.
Y en esta ocasión la protagonista que detenta ese poder es la actriz Nicole Kidman en Babygirl, de la directora Halina Reijn. Película presentada a concurso en la última edición de la Mostra de Venezia. La prensa destaca de ella que “muestra el camino a la libertad a través del sexo extremo, explorando las fronteras entre el consentimiento, la pasión y el abuso”. Interpreto, quizá erróneamente, que volvemos al tema del sufrimiento como goce, la obediencia elegida y utilizada como simulacro dentro del juego sexual. Por supuesto, no voy a hablar de la película que no he visto, por lo que desconozco la motivación que lleva a la protagonista a buscar en una relación sexual un tipo de goce a través de su propia infantilización y que la convierte en una niñita frágil y dependiente frente a su partenaire. Al parecer, el tema que el film aborda ha resultado provocador ya que puede verse como una ruptura iconoclasta de los moldes que la sociedad propone para lograr una vida sexual satisfactoria. No cabe duda que la provocación puede resultar rentable porque cuando se produce en la esfera artística. El cine es arte. Y como tal, puede ser un medio para reflexionar sobre distintos aspectos de la realidad. Cierto que en esta ocasión se refiere a una realidad concreta de una persona concreta por lo que no puede tener mayores consecuencias.
Si nos servimos del efecto agitador de conciencias que el asunto nos puede generar para profundizar algo más en él, vemos que las relaciones sexuales tal como se estructuran desde la óptica del poder y la dominación existente en gran parte de las sociedades modernas, son una manifestación más de su ordenación y no ejercicios de pura libertad individual, ejercida al margen de este tipo de organización social.
El feminismo tiene su propia mirada crítica sobre la sexualidad hegemónica desde hace mucho tiempo. Aunque quizá fue o debió de ser “demasiado crítica”, y lo digo con ironía porque quedó en el olvido. Y ahora, el sistema social le ha dado la vuelta a esa crítica feminista de la sexualidad en el patriarcado para adoptar una mirada extraña y confusa sobre el poder del sexo. A lo que Anne Marie Dardigna responde que el erotismo lejos de ser transgresor o revolucionario, lejos de ser un factor de liberación no ha hecho más que reforzar las estructuras opresoras de la relación entre hombres y mujeres. Relación que está atravesada por el poder de unos sobre otras.
Dice Pierre Bourdieu que los pensamientos de los dominados están estructurados, construidos para ajustarse a la relación de dominación que se les ha impuesto. Y a esto lo llama “violencia simbólica” que es esa que se construye a través de la adhesión que la persona sometida se siente obligada a conceder a la dominante. No es una adhesión libre y voluntaria pese a lo que pueda parecer. Por el contrario, resulta ser la consecuencia de una falta de alternativas que la domesticación ha hecho impensables para los dominados. Es por eso que resulta tan difícil de detectar utilizándolas herramientas que la racionalidad nos proporciona. Asumir con naturalidad el estigma que nos marca como señal de la discriminación es una forma de supervivencia en condiciones adversas, muy adversas. Pero no lo es cuando las circunstancias nos permiten pensar con libertad. Y libertad no es esclavitud. Ni es una fuerza que reclama someterse al dominio simbólico de una sociedad que mantiene intactas huellas de una historia misógina y racista que no acaba de superar.
No es posible entonces, siguiendo el hilo de esta idea, que someterse al dominio de otro sea liberador, en cualquiera de las áreas en las que se desenvuelve la vida y la actividad humanas. Ahora bien, si lo que se quiere proponer como tarea para la libre especulación este film tiene que ver con las profundidades del inconsciente freudiano, que aloja en su seno un sentimiento enfermizo de culpabilidad cuando se rompen las cadenas que, “el poder hipnótico de la dominación” del que habla Virginia Woolf, se ejercen sobre algunas personas desde la infancia, lo que resultará liberador será, en mi opinión y como sostiene el propio Bourdieu en su libro La dominación masculina, una lucha cognitiva que revise el sentido de las cosas del mundo.
*La autora es psicóloga clínica