La estabilidad encontrará sus venideras emociones en un empeño aritmético. Un estresante ejercicio de sumas y restas. O quizá ni eso en el supuesto de que Pedro Sánchez desafíe, como advierte, a la esencia democrática, desoyendo al Parlamento a modo de testosterona autárquica. Sencillamente, la mayoría de la investidura se tambalea. Oscila a golpe de estado emocional. Un día a vueltas con Maduro y Venezuela; otro, con la financiación singular; al siguiente, con los inmigrantes que nadie parece acoger y menos Puigdemont. En paralelo, nubarrones sobre la amnistía por culpa de la malversación. Un camino de espinas cuando aún queda la traca final de los Presupuestos. Puro ejercicio de supervivencia titánica.
En el cayetano barrio de Salamanca, entre copa, mantel y compra de pisos, muchos venezolanos solventes asisten encandilados al exilio de Edmundo González, su presidente. Otros compatriotas que simplemente sobreviven, también lo celebran. Salvo Zapatero, Monedero y cuatro lobistas del petróleo, nadie apuesta por Maduro. Hasta EH Bildu se ha dado cuenta de su precipitada felicitación al caudillo chavista. En el caso del Gobierno, prima la prudencia. El patinazo con el decepcionante Juan Guaidó fue tan estruendoso que ahora se tienta la ropa. Por eso Sánchez elige la vía intermedia de una vela a Dios (?), recibiendo al teórico vencedor, y otra al diablo imponiendo a su grupo el voto contrario a los deseos de la mayoría del Congreso, que le lleva a otra derrota.
La victoria a los puntos en el embrollo venezolano, que abre una crisis diplomática más propicia a los alaridos que a los vaivanes comerciales, ha llenado de aire los pulmones del PP. Preñados de euforia al ver cómo Sánchez dobla la rodilla, en Génova creen que no hay dos sin tres para seguir desangrando al enemigo. Les ciega la ansiedad. Deberían entender cuanto antes que la sangre no llegará al río mientras no se alejen de Vox. Así se evitarán la frustración. Más allá del ruido de las desavenencias, solo Junts puede romper la cuerda. De hecho, no lo tiene difícil, pero tampoco le interesa a corto plazo. Sabe que así dispone de un tiempo precioso para ridiculizar sin miramientos el pacto de sus dos rivales, ERC y PSOE. Su (des)calificación de morralla al pacto sobre financiación catalana suena estridente. Peor aún si ninguno de los aludidos disipa las sombras.
Agobiado por el estado de ánimo de Puigdemont y sus scouts, Sánchez está condenado a echar cuentas. A tan incómodo embrollo es verdad que se ha unido su examigo Ábalos, pero en este caso el enfado no pasará de la abstención mientras continúe puesto el ventilador de sus andanzas nada edificantes en torno al caso Koldo. Todo desasosiego socialista se reduce, por tanto, a ese control enrabietado de los siete votos independentistas y que coyunturalmente pueden acoger a ocasionales compañeros de viajes. Cerdán y Bolaños están al quite de posibles desmarques. De ahí que este ministro tomara el pulso al PNV y ambas partes concluyeran que no habría desvíos en cuestiones de causa mayor para enojo de los populares.
Feijóo tampoco para de hacer números. Solo se asoma a la mayoría cuando lee las encuestas. Así ve pasar los días: él en la oposición y Sánchez, en el poder, mientras una cohorte le anima sin articular una sola propuesta. Le queda el triste consuelo del considerable desgaste que amenaza al presidente y que, incluso, podría acercar a mayo de 2025 el adelanto electoral. Ahora mismo, un puro ejercicio especulativo, tan propio de los interesados corrillos de la Corte y que tienen en los desayunos informativos el reflejo más diáfano de esos dos batallones ideológicos tan antagónicos y propensos al contubernio. No hay alternativa posible en el actual juego de mayorías. Solo cabe la ruptura desde Junts, a modo de que haga insoportable la andadura legislativa del Gobierno de progreso. Es verdad que cuando resuena la voz amenazante y descalificadora de su portavoz, Míriam Nogueras, parece que el apocalipsis se acerca. Aullidos del lobo que, desde luego, estremecen poco más allá de los oídos de ERC. La caída en picado del respaldo callejero a la Diada reconforta en La Moncloa. Jamás un 155 hubiera sido capaz de pinchar el globo del procés de una manera tan elocuente. El soberanismo también echa sus números y busca la razón de que no le salen las cuentas.