En tiempos de incertidumbre, la estabilidad es un valor añadido frente a la crispación de la confrontación permanente. Y en Navarra tanto el Gobierno de Chivite como el Ayuntamiento de Iruña avanzan por esa senda asentando un año más las bases para la aprobación de los Presupuestos de ambas instituciones para 2025.

En el caso del Ejecutivo, son ya 10 años consecutivos con nuevas Cuentas para Navarra. Uno y otro alcanzarán el máximo de inversión pública, triquiñuelas contables incluidas. UPN, PP y Vox se quedan fuera de nuevo. En parte porque no forman parte de la mayorías democráticas que cogobiernan en ambas instituciones y en parte también porque parece difícil encontrar un hueco en esas mesas de negociación con un discurso permanente de dura descalificación a sus miembros. Llorar a toro pasado por no participar en el diseño de esos presupuestos cuando tu actividad política se ciñe –lógicamente también–, a una oposición frontal es poco realista y denota debilidad política. Quizá más acusada en el caso de UPN, que tras su último congreso y la elección de Ibarrola como nueva líder ha quedado si cabe más descolocada en el panorama de la política navarra de lo que ya estaba en los últimos años. Ibarrola, en la oposición en Pamplona sin nada en lo que poder influir y sin un lugar en el Parlamento desde el que marcar perfil político propio, anda a la búsqueda desesperada del protagonismo perdido. E inevitablemente esa carencia marca la imagen y capacidad de influencia política de UPN. Más aún en una realidad política en el que la mayoría que suman los grupos progresistas está consolidándose estructuralmente en el sistema político foral desde que irrumpiera la opción de cambio político en 2015. Basta comparar el debate en Navarra, con sus propias carencias y confrontaciones, con el bochornoso espectáculo que ofreció una semana más el Congreso el pasado miércoles de la mano del PP a costa de las víctimas de ETA. La capacidad de decadencia y destrucción del juego de poderes que se libra en una batalla constante allí es interminable y agotadora. La realidad de que nadie asuma responsabilidad alguna por sus actuaciones y corrupciones elevan el malestar social con la política –en este caso, votar a favor de una reforma legal sin leerse el contenido de los cambios que incluía–, minan la credibilidad de la instituciones y de los gestores de los recursos públicos y extienden el desapego con la democracia hacia el autoritarismo.

Tampoco Navarra es un oasis ni mucho menos todo va bien. Pero cuenta con la ventaja de que la estabilidad institucional y política, la normalidad social y la razonablemente buena marcha del empleo y la economía marcan distancia con ese otro caótico ruido diario que parece que debe ser la realidad del resto del mundo, aunque no tenga nada o poco que ver como en el caso de Navarra. Se trata precisamente de caminar por la senda propia, porque es fácil prever que la polarización, la bronca y la información basura alrededor de eslóganes de fácil consumo van a tratar de seguir imponiendo su poder al debate político público, a lo común y a la convivencia democrática. De trabajar para solucionar los problemas reales de la sociedad navarra y poner freno a la desafección y el cansancio social que se expanden desde la mala política y la antipolítica.