La gente se echó ayer a la calle para protestar por la cada vez mayor dificultad de acceder a una vivienda digna. La gente es una masa heterogénea a la que une una causa común. La gente es una agrupación de personas a las que individualmente nadie hace casi ni nadie atiende hasta que se juntan y extienden su mancha por calles y plazas; y cuando lo que era una voz se convierte en un clamor, cuando el problema de uno es la condena a toda una generación, cuando un plan de futuro es una quimera que alerta de una profunda crisis social, cuando todo esto sucede, o escuchamos a la gente o esa masa acaba por explosionar.
Porque son millones las personas que no pueden acceder a una vivienda por la sideral brecha abierta en los últimos años entre sus nóminas y el precio que le ponen a un piso. Y quien puede tener la posibilidad de pagar una entrada, acepta una hipoteca a años vista que limita su vida social, retrae el consumo y frena el proyecto de formar una familia.
Los de mi generación que pasaban de terminar la escuela a trabajar, abrían una cartilla en la que ahorraban una parte del sobre mensual o semanal y a los 22 o 23 años se metían en un piso sin tener la sensación de llevar una soga al cuello. Hoy la situación ya alcanza hasta la precaria elección de alquilar una habitación. La vivienda, con la que tanto dinero se ha ganado y se gana, es una bomba. Porque eso que llamamos gente está muy harta.