Están en boca de muchos las espectaculares declaraciones que hace Luis Enrique en su documental al hilo del fallecimiento de su hija Xana cuando tenía 9 años: “¿Me puedo considerar afortunado o desgraciado? Yo me considero afortunado, muy afortunado. Pero… si se te ha muerto una hija a los 9 años… Bueno, mi hija vino a vivir con nosotros 9 años maravillosos, tenemos mil recuerdos de ella, vídeos, cosas increíbles”.
Solo cabe admirar la fortaleza y el talante de quien pasados los años se toma un hecho así tan brutal de una manera positiva. Muchos en redes sociales han alabado su fuerza y muchos padres y madres en parecidas situaciones han manifestado que ellos tratan de verlo también así, uno incluso reconoce que “para no volverme loco”. Es evidente que para quien se queda, la mejor manera -que igual es una manera que no se puede elegir, sino que te toca o que tienes que trabajar día a día pese al inmenso dolor- de seguir tras algo así es esa, pero no cabe duda de que para quien se fue no hubo nada de maravilloso, de la misma manera que para muchas personas resulta casi inviable sentir como siente Luis Enrique.
Cada fallecimiento es distinto, hay muchos tipos de enfoque vital y las circunstancias vitales pueden ser muy dispares. Tener un trabajo ilusionante, retos, más hijos, etc, etc, no te evita la tragedia, pero es obvio que si los tienes hay más asideros para salir adelante que los que tienen quienes viven en circunstancias más complejas laboral y económicamente y a nivel de ilusiones y para quien sus hijos o hija o hijo son casi casi su única fuente de alegría. Da para estar horas y horas hablando del tema, sin dejarse, creo, ganar al 100% por el mensaje positivo de Luis Enrique, que es de admirar, porque, como digo, hay muchos matices que a veces hacen imposible enfocar algo como le gustaría teóricamente a todo el mundo. De cualquier modo, olé por él y gracias.