Se cumplieron las previsiones y hubo ayer largas colas para tomarse un café y recibir un regalo en la apertura de una franquicia cafetera en Pamplona. Se habla incluso de gente que estuvo tres horas en la cola. Esto era previsible, porque el ser humano tiene un sector así. De igual manera, hay otro sector, que actúa en redes sociales, que llamaba subnormales, idiotas e incluso hijos de puta a quienes fueron a la cola, lo que demuestra que la gente lo mismo tiene tres horas para invertirlas en hacer una cola que para pasearse por las redes sociales para insultar a personas que no conoce. Cada uno invierte su tiempo en lo que estima más conveniente, lógicamente, aunque hay actividades que son más edificantes que otras. No seré yo quien critique a nadie que haga una cola porque me pasé horas para pillar entradas para la final de Copa del 2005 en la que varios millonarios –aunque fueran de mi equipo– jugaron contra el Betis y he pasado un par de veces horas y horas para ver a Bob Dylan –éste ya multimillonario– en primera o segunda fila. Ya digo, el tiempo de cada cual se invierte de la manera que a cada uno le da su cerebro a entender y qué tengo que decir a eso yo: nada, que espero que el café estuviera rico y que al menos la espera mereciera la pena. Dicho eso, sí que me gustaría volver a incidir, por vez mil, en la importancia de consumir en establecimiento de barrio, de cercanía, en la tienda de abajo, en la ferretería de la zona, en la carnicería de cerca y en general en los comercios y locales que hacen barrio y ciudad, porque el esquilme que está sufriendo el panorama en los últimos años es tremebundo. Yo ya pierdo la cuenta de cuántas veces al año les abro la puerta del portal por el telefonillo a repartidores de compras llegadas de lejos. Es una plaga, y unida a más plagas, amenazan con desertizar nuestra vida comercial. Y nuestra aún hermosa ciudad.
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