Todavía se oía a Feijóo, ese político necrófilo y adicto al olor de los muertos, decir que el mayor problema de España era la inmigración, cuando la provincia de Valencia se hundió en un fango de muerte y desesperación. En minutos, la atmósfera enloqueció y las nubes descargaron una furia incontenible que hicieron de la vida un campo de muerte.
Cuando escribo esto son ya 217 los muertos y numerosos los desaparecidos tras el diluvio universal valenciano. Y nadie da crédito ante tanta muerte y rotura de la vida cotidiana convertida en un campo de refugiados de la noche a la mañana. Y cuesta encajar las imágenes de guerra y destrucción en unas calles donde ayer la vida, aunque jodida, era soportable.
Pero esto es puro dolor. Y las cosas, aunque caigan del cielo, se deben explicar. Porque cientos de muertos lo exigen. Porque más allá de una DANA criminal descargando sobre un litoral sobreurbanizado e impermeabilizado que ha formado una gran barrera de cemento, la gestión política y técnica de este desaguisado delictivo debe exigirse. Aunque Feijóo dirá, seguro, como ya lo hizo Ayuso, que esos muertos han muerto de mortalidad.
Pero esto viene de lejos. Y es que tras ganar las últimas elecciones autonómicas, Mazón entregó la gestión de las Emergencias de Valencia a los negacionistas de Vox. Lo primero que hicieron este coágulo de miserables fue desmantelar la Unidad Valenciana de Emergencias, un chiringuito, según ellos, creado por el anterior gobierno de PSPV-PSOE. En medio de ese vacío de protección civil estalló la onda expansiva que la Aemet anunció a las 7.37 AM del pasado 29-O. Pero quien pudo hacer algo, decidió que mejor seguir palante que frenar la actividad y la vida para resguardarla de aquella tormenta.
Después vino todo y los lamentos y gritos se diluyeron entre miles de voluntarios que del barro hicieron bandera contra reyes y políticos de paseíllo. A ver qué pasa.