También he visto esas terribles imágenes de miles de personas completamente drogadas de fentanilo en calles de decenas de ciudades de los Estados Unidos sin dar crédito a que la administración no reaccione no sé de qué manera. De igual modo, soy capaz de comprender que los Estados Unidos no es Nueva York, ni Los Ángeles ni los niños y niñas bien de los Hamptons.
Pero, a miles de kilómetros de allá, se me hace imposible analizar qué pasa por la cabeza de un votante de Montana, Oklahoma, Florida o decenas de estados de la américa profunda en los que ha vuelto a ganar el señor naranja, aunque se me ocurre que si Biden y los suyos lo hubiesen hecho bien o medio bien o incluso regular la mayoría de esa gente igual, solo igual, les hubiesen votado, pero resulta que no ha sido así, así que tendré que pensar que lo que les ofrece o dice el señor naranja es más atractivo que lo que han demostrado ellos, incluidas sus posturas en la guerra de Ucrania, la aniquilación de Gaza o la retirada de Afganistán.
A donde quiero llegar es que lo que a mi me puede parecer un horror a ellos igual no les parece tanto, puesto que el señor naranja es claramente un misógino, xenófobo y abusador pero en su país le han votado libremente 70 millones de personas, la gran mayoría blancos y no precisamente de las clases altas. ¿Están un poco hartos los votantes de las élites de poder que suponen los demócratas con los Biden, los Obama y esa camarilla?
Pues también es más que posible, pero, ya digo, a miles de kilómetros y sin conocer un país gigantesco como ese no creo que todo se reduzca a una sola razón o incluso o a dos, sino que tiene que ser mucho más complejo de analizar y quizá allá no vean tan distinto a Trump de cómo ven a los que llevan el partido demócrata. Sea como fuere, que sea para bien para todos los que tememos –y mucho– la política exterior de quien se cree el país amo del mundo.