La muerte siempre es verdad. Nadie muere de mentira. El final de la vida no tiene vuelta, es quizás lo único irreversible. Nadie muere dos veces. Pero hasta esto está cambiando en ese peligroso mundo paralelo que crece y se expande en las redes sociales, donde la falsedad, la mentira y la distorsión de la información está llegando a límites impensables. Ayer, en una cuenta que parecía oficial en la red social X, se publicó la muerte del escritor Fernando Aramburu de un infarto.
No se sabe con qué oscura intención. Nada hacía pensar entonces que ese mensaje no era cierto, ni que la fuente no fuera la editorial en la que publica. Una agencia de noticias lo recogió y lanzó la muerte del escritor. Pero no era verdad. Aramburu está vivo. Como lo estaba ayer. La agencia rectificó a los pocos minutos, diez exactamente, pero el mal ya estaba hecho y otros medios también recogieron el bulo. Qué habrá pasado por la mente del escritor en esos escasos minutos en los que sus lectores y la sociedad en general le dio por muerto, antes de su resurrección virtual, solo lo sabe él.
Pero da que pensar de nuevo en esta velocidad en la que hoy circula la información, incluso la veraz, pero sobre todo la que no lo es. Hace unos días el autor de Patria escribía su última columna en El País, titulada Despedida. Al saber la falsa noticia de su muerte me he acordado de ella.
Era una despedida real de sus lectores, porque según decía “creo sinceramente que no tengo gran cosa que aportar... Me he ido convirtiendo en un desplazado de mi época... Mis opiniones se asemejan cada vez más a un paraguas abierto en medio del huracán”. Es de ese mundo cada vez más de mentira del que se despidió, no de la vida.