Quienes rondaron por el Casco Viejo pamplonés el pasado jueves pudieron percatarse de las decenas de migrantes que, mochila al hombro y con un saquito de dormir en la mano, deambulaban por ciertas calles del barrio. Algunos buscaban una pared a la que le diera el triste sol de diciembre, otros ocuparon los bancos para ordenar sus pocas pertenencias y la mayoría echó la mañana de acá para allá.

El albergue de peregrinos de la calle Compañía, que sirvió como recurso extraordinario para la atención a personas sin hogar en previsión de unas jornadas de bajas temperaturas y precipitaciones, había cerrado sus puertas. Este protocolo extraordinario se aplica cuando el termómetro oscila entre 1º y 5º. Con un sólo grado más, parece desaparecer el riesgo vital que implica dormir bajo los puentes del río, en soportales, coches, inmuebles abandonados o en infraviviendas donde pernoctan familias, pero sobre todo hombres, sobre todo jóvenes y sobre todo migrantes.

En torno a un centenar de personas –que este invierno no han podido acceder a una de las 165 plazas que proporcionan los distintos recursos municipales– descansaron calientes y bajo techo durante cuatro noches gracias a esta solución, que muchos colectivos llevan años calificando de simple apaño. Para sentirnos orgullosos.