El 11 de diciembre se celebró el Día Internacional de las Montañas, una jornada para reflexionar sobre el importante papel que éstas desempeñan en nuestras vidas, no uno sino muchos días cada año. Montes cercanos junto a los que hemos crecido o montañas lejanas que nos han servido para entender los límites del ser humano, para sentirnos tal como somos de pequeños en relación con la grandeza de la naturaleza.

La montaña engancha; ha sido y es fuente de inspiración de muchos escritores y artistas que encuentran en ella el tiempo detenido y el silencio que tantas veces necesita una obra de arte y que tan necesario es en la vida. Hay muchas maneras de mirar las montañas pero solo una de acercarnos a ellas, desde el respeto y la necesidad de protegerlas en un momento de grandes amenazas medioambientales. Hace unos días, Sebastián Álvaro, un referente del alpinismo, director del programa de televisión Al Filo de lo Imposible, presentaba en Pamplona su nuevo libro, un relato más intimista sobre lo que las montañas suponen en su vida. Y aunque su trayectoria está llena de grandes cimas, inalcanzables para la mayoría, el hablaba también de esa otra montaña más cercana, más al fino de lo posible, la que te hace feliz cada vez que vas y miras desde lo alto y a la que estás deseando volver.

Porque esa es la magia, que por muy alta que sea la cumbre y difícil el ascenso, siempre compensa. Este año en el Día Internacional de las Montañas se ha querido incidir en los beneficios que ejerce la naturaleza en la salud física, mental y emocional de las personas, abogando por la “prescripción de naturaleza” como una medicina que no tiene precio. Y lo mejor es que la receta nos la podemos hacer nosotras y nosotros mismos.