A veces tienes la sensación de que, en efecto, las cosas están tan mal como pensabas. Pero no te lo quieres creer. Y puede que sea mejor así, fíjate, Lutxo, viejo gnomo. Lo sientes y lo piensas, pero no te lo crees. Porque no te da la gana. Porque no te viene bien. Y punto. Las cosas siempre han estado mal, te dices a ti mismo. O sea, la parte sensata de tu mente se lo dice a la parte insensata: Las cosas han estado mal siempre y siempre lo estarán.
¿Sabes por qué? Pues porque lo propio de las cosas es estar mal. Así de simple. Y si están bien, no están bien: están mal. ¿Y sabes por qué? Pues porque podrían estar mejor. Y lo sabemos. Esa es la cuestión, Lutxo: la insaciabilidad, una cuestión ancestral, le digo, el lunes, en la terraza del Torino, a eso de las doce o así. Y entonces él se rasca la cabeza, bosteza, se estira, se masajea los riñones, se frota los párpados con fiereza y, al final, me suelta: Si el domingo me toca la lotería, yo me voy a Juanalulú. Será garrulo. No seas garrulo, Lutxo, le digo, se dice Honolulu. Por favor. De todas formas, hay quien se toma la vida como una tragedia, llevándose constantemente las manos a la cabeza por todo, y quien se la toma como una comedia, disfrutando del variado absurdo de la existencia humana que, por cierto, puede ser muy ameno. Si lo miras con buenos ojos, claro. Como, por ejemplo, ese animado vodevil del PP para atosigar a Sánchez por el sencillo procedimiento de presentar denuncias infinitas en juzgados concretos, le digo. Qué alocado frenesí. Y me suelta: Pero los jueces son independientes, no lo olvides. Pero muchos tienen un sesgo, le digo yo. Pero están dotados con el don de la imparciabilidad, contesta él. ¿Imparciabilidad? Se dice imparcialidad, Lutxo, le digo. Deja de hacerte el garrulo. Y me suelta, puede que con cierta reticencia: Pero el don lo tienen, ¿no? Así que le respondo: Ellos sabrán.