Escribo estas líneas el 31 de diciembre, así que aún no he incumplido ninguna promesa de las que habitualmente se hacen de cara a las entradas de año, lo cual me da ánimos. Es importante animarse a uno mismo en estos tiempos que corren, llenos de incertidumbres y días de niebla. Y buscar objetivos. Ahí tienen sin ir más lejos lo de los gimnasios. Abren un gimnasio por semana. Y los hacen cada vez más exteriores. Antes las entradas de los gimnasios perfectamente podían ser las entradas a comisaría.
Ahora ves a la gente sudar desde la calle, con esos ventanales enormes que dan directamente a la sala de aparatos y le ves al vecino echar el bofe o a una antigua compañera de curso levantando 60 kilos con una pierna. Debe de ser una táctica comercial, para que cuando pasas, con tu cuerpo escombro, te sientas mal y empieces a barruntar la necesidad de apuntarte. Se ve que funciona, porque brotan. Entre hamburgueserías, cafeterías cuquis y gimnasios puedes cruzar la ciudad yendo de unas a otras sin tener que andar más de 50 metros.
Supongo que lo de los gimnasios tiene que ver con la necesidad cada vez mayor y agudizada con la pandemia de estar lo más sanos posible o al menos de combatir con cierta sinceridad la natural tendencia que tenemos en esta tierra a comer y beber como si no hubiera un mañana, algo que no ha cambiado y que en más de una columna ya he comentado que creo que va a más. Lo veo en esas cafeterías cuquis. La gente desayuna unas tostadas que flipas. Con aguacate. El aguacate es hoy día lo que fue en su tiempo el vinagre de Módena. O una reducción de Pedro Ximénez. No hay manera de escapar de él. La gente come aguacates en los gimnasios. Por supuesto en las hamburgueserías. Era barato, bastante, el cabrón hace unos años, cuando no estaba de moda. Ahora está a doblón, qué cosas. Ánimo con sus promesas para 2025. Pasen por donde pasen, a por ellas.