En este jodido y absurdo presente de hoy ya ni sorprende el barullo mediático y político armado por la celebración de una serie de actos para rememorar la muerte del genocida Franco y su oscura huella en la historia de España. Aunque parezca un relato de terror, el tipo y sus matanzas están de moda hoy en una parte de la sociedad. A mí, por el contrario, cada acto que sirva para recuperar la memoria histórica de lo que supuso el golpe franquista y los 40 años que le siguieron de falta de libertad y miseria moral me parece siempre bien.
Pertenezco a una tierra, Navarra, en el que lo que representa Franco sólo dejó un reguero de víctimas en cunetas, cementerios y descampado, muchos aún allí enterrados. No hubo ni guerra ni victimarios entre los navarros y navarras asesinado en aquella orgía terrorista que comenzó en el verano de 1936. Y una buena parte de los navarros que murieron en el bando de los sublevados fueron utilizados como simple carne de cañón por los jerifaltes que dirigían la matanza desde la retaguardia mientras asesinaban, violaban y expoliaban. Ninguno ha pagado nunca por aquellos crímenes. Eso también cuenta en el balance.
Franco la palmó, en la cama, pero la palmó como todo dios, pero el franquismo quedó aferrado a la realidad española como musgo a la incipiente democracia. Las urgencias democráticas, laborales, políticas, económicas y sociales, y también el ruido de sables militares y la presiones de los sectores más reaccionarios del franquismo, impusieron su chantaje a la democracia con consecuencias como definiciones sesgadas y manipuladoras de la realidad histórica y un revisionismo negro irrespetuoso, y ahora creciente, con las decenas de miles de víctimas de la dictadura. Hubo una imposición del olvido de la memoria histórica de los 40 años de larga noche franquista que aún perdura otros 50 años después.
Fue el precio político a pagar a los poderes franquistas incrustados en todas las instituciones del Estado. Aquella Transición de la dictadura a la democracia fue incompleta, porque acabó pactando la continuidad de buena parte de esas estructuras de poder en las nuevas estructuras democráticas, desde la Justicia, al Ejército, los cuerpos policiales, las grandes empresas y bancos, partidos políticos y la jerarquía católica. Y esa herencia aún persiste, la democracia lo sigue pagando y alimenta ahora el neofranquismo. Y parece que continúa en la Casa Real tras saberse que Felipe VI se saltó un párrafo de su discurso en la Pascua Militar que tildaba a la dictadura de “pasaje oscuro”. Que es no decir nada de lo que fue en verdad.
El franquismo político y sociológico ha sido durante décadas una excepción en Europa. Ya no lo es. Estos actos serán efectivos solo si van más allá de meras escenificaciones de propaganda. Si a la imagen se le dota de contenido. Por ejemplo, admitir que la dictadura no termina en 1975 y no dejar fuera a los cientos de asesinados y heridos durante el tardofraquismo y los años de una Transición que en nada se pareció a un proceso tan ejemplar como se ha intentado aparentar durante años. O dar un paso adelante y asumir la necesidad de desclasificar documentos que aclaren qué sucedió y quienes fueron los responsables de aquellos crímenes de ese tiempo posterior a la muerte de Franco para imponer su chantaje.