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Cincuentenario

CincuentenarioRafael Bastante / Europa Press

La inercia tentadora del centralismo. Pedro Sánchez presentó en Madrid, como presidente del Gobierno, el extenso programa conmemorativo del cincuentenario de la muerte de Francisco Franco. En la cama y con la herencia atada y bien atada.

Todavía hoy con nudos institucionales y políticos difíciles de desatar. Ausencia de la Casa Real, cuyo titular actual es nieto político de aquel dictador, a pesar de haber elegido como escenario el Museo Reina Sofía en coincidencia temporal con la concesión a su abuela del collar del Toisón de Oro por parte de Felipe VI. Reconocimiento a su “dedicación y entrega al servicio de España y de la Corona”.

También se lo concedió a su hija la Princesa Leonor cuando cumplió 10 años. Todo queda en casa. El ciclo de eventos España: 50 años en libertad tendría que haber sido presentado con más propiedad escénica en Pamplona. Navarra fue el germen del Alzamiento que derivó en la Guerra Civil y en el posterior régimen de Franco, el Movimiento Nacional. Un movimiento estático y estricto en sus opresores principios fundamentales.

Navarra aportó combatientes muertos en las trincheras y soportó asesinatos en tapias de cementerios y cunetas. Ejecuciones ideológicas. Sánchez tendría que haber comparecido a las puertas del Monumento de Navarra a sus Muertos en la Cruzada –desde el que Franco arengó en 1952–, ahora enmarcado en la llamada plaza de la Libertad, denominación sucesora de plaza del Conde de Rodezno, carlista, ministro de Justicia del primer gobierno de Franco y vicepresidente de la Diputación Foral de Navarra (1940-48). Simbolismo inmejorable del origen y del desenlace de una época.

El problema es que Pedro Sánchez hubiera venido con el hisopo de la resignificación –un subterfugio contra las exigencias de la memoria democrática– en lugar de la maza del primer golpe de derribo. La partitura socialista se escribe en términos de trompetería publicitaria, pero con la anotación de ejecútese con sordina.