Vivimos un tiempo de postviolencia en Navarra. A veces lo olvidamos, a veces lo obviamos, pero es así de complejo, de delicado y de valioso. Complejo, porque requiere una panorámica integral y voluntad de avanzar con memoria. Delicado, porque cuesta mucho construir una convivencia democrática, sana y respetuosa, en medio de las actuales dificultades y circunstancias. Y valioso, tremendamente preciado, porque hemos logrado salir de una ratonera, y vamos avanzando lentamente en una perspectiva inclusiva y autocrítica.

Con todo, la convivencia democrática, en su visión más holística, requiere de una empatía que no abunda, no digamos con los que sentimos foráneos. En el conjunto del Estado asumimos con indiferencia que en 2024 se ahogasen más de 10.000 personas en su intento por cruzar el Estrecho, por no hablar de lo sucedido en Gaza, que nos recuerda con qué facilidad nos inmunizamos ante el terror militar. A la indecencia calamitosa de la presidencia de Biden, se une ahora el estreno estelar de Trump, que quiere culminar la hazaña. La Casa Blanca se comporta como una siniestra empresa de demoliciones que considera a los gazatíes escombros. Demoler, derribar, dinamitar, retirar... y hacer negocio. Una aberración.

‘WOKE’, ESE TÉRMINO 

Hace cuatro meses se falló el último premio Anagrama de Ensayo, titulado Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad. Su autora, la psicoanalista Lola López Mondéjar, ha estudiado la creciente dificultad para contarnos y contar, “un déficit del pensamiento y de la imaginación”, que convierte al ciudadano en “desatento, incapaz de conversar, de rozarse, de comprender al otro”.

El riesgo de convertirnos en unos analfabetos afectivos, acríticos e individualistas es particularmente inquietante en esta ola reaccionaria

El riesgo de acabar siendo unos “analfabetos afectivos, acríticos e individualistas” es particularmente inquietante en esta ola reaccionaria, donde la extrema derecha ha cosechado un hallazgo terminológico en su denuncia de la ‘ideología woke’, anglicismo que abarca a un rango más amplio de crítica que progre. La crítica a lo woke, que aún suena a fideos, se ha vuelto un puntal de la narrativa autoritaria, y está calando en quienes odian a Pedro Sánchez, al PSOE, y a todos y cada uno de sus socios de Gobierno.

SE IMPUGNA LA DEMOCRACIA

Cuando el neoliberalismo hace aguas la tentación autoritaria acecha. La España ultra ya no lleva bigotillo, pero anhela como la franquista comandar una nueva era, esta vez aprovechando el efecto Trump. La tentación ultra, esa mezcla de exaltación de fuerza, mando y subordinación, es de una toxicidad insondable. Un combo que provoca pena, inquietud y repelucos en parte de una generación que ha luchado mucho por el progreso social. Gente que nació en la posguerra, que disfrutó de joven del final del franquismo, y que ahora asiste apenada a esta opereta reaccionaria que se expande.

Esto no es un conservadurismo locatis, ni mucho menos ponderado. Esto es una vuelta de tuerca de capitalismo duro que ante la pertinaz crisis neoliberal y los avances sociales decide impugnar la democracia. Una nueva élite quiere imponer un mundo a su gusto: belicoso, agresivo y macarra, de amaneceres soleados a base de megaprisiones, deportaciones, amenazas, proteccionismo y destrucción del Estado del Bienestar. Estamos por tanto ante meses históricos. La batalla política exige consensos y algo del brío que exhibe Trump. Estados Unidos, que ha fundamentado parte de su liderazgo histórico en un poder blando, lleva un camino penoso, que debe generar repulsa. Ahora de lo que se trata es de afianzar y preservar alternativas.