Crítica del concierto del cuarteto Bennewit: el sonido de la cuerda checaMilan Mosna
Antes de que cayera el muro de Berlín, nos visitaban con frecuencia, contratadas por la Sociedad Filarmónica, grandes orquestas de los países del Este –rusas, polacas, checas…–, con sonido peculiar cada una de ellas, recuerdo a las rusas, reforzadas, a veces, por miembros de la banda del Ejército Rojo, muy espectaculares, siempre deslumbrantes. Pero, quizás, la que más nos impresionó fue la Filarmónica Checa, allá por 1985, con Jiri Belohlávek y un programa Dvorak; nos llamó poderosamente la atención el sonido sobrenatural de sus familias de cuerda, sobre todo de las violas, que pocas veces sobresalen en un concierto. Pues bien, el cuarteto Bennewit, sigue esa ilustre tradición de sonido, agraciado con un toque de delicadeza y hermosura, que se manifiesta en todo lo que interpretan.
Ciclo Grandes Intérpretes
Intérpretes: Cuarteto Bennewitz: Fiser, Jezek, Pinkas, Dolezal. Programa: Obras de Haydn, Ullmann (1898-1944), y Smetana. Lugar y fecha: Teatro Gayarre. 5 de febrero de 2025. Incidencias: Casi lleno el patio de butacas, y menos, los palcos (25 euros).
Para sentar cátedra, comienzan por el Cuarteto en fa mayor, para algunos, la obra instrumental más grande de Haydn, junto con sus sinfonías 102 y 104. Un entramado polifónico donde hay todo, la forma sonata, la variación, los contrastes, y, sobre todo, el tratamiento de la marcha lenta (andante) de la que nadie como Haydn poseía el secreto. Los Bennewitz tratan la obra con exquisitez en todos sus matices: las cuatro voces están equilibradas, son cálidas y redondeadas, pero, a la vez, todo fluye con luminosidad y frescura. Violín 2, viola y chelo, hacen una cama de sonido mullido al violín 1 cuando toma el protagonismo. Se lucen en los matices en piano estáticos que parecen flotar; y cada uno es verdadero solista de su instrumento cuando le toca, sin menoscabo del sonido de conjunto, siempre frondoso.
El Cuarteto número 3 de Viktor Ullmann, cerró la primera parte. Ullman fue asesinado en un campo de exterminio. Para sobrevivir hasta el día de su muerte, los presos, muchos músicos, se acercaban a su único consuelo, la música. El cuarteto refleja la oscuridad del momento, también la vitalidad que aún queda. Hay ataques, al comienzo, un tanto violentos, onomatopeyas de quejidos en el rasgado de los arcos sobre las cuerdas, pero, también, una construcción sólida de esos estados de ánimo, muy bien transmitida por estos músicos comprometidos.
Concluía el programa con el bellísimo cuarteto De mi vida de Smetana. Otro sordo genial (al final de su vida compositiva). Mar García, en sus notas al programa –bendito programa de mano que aún se mantiene en el ciclo–, la explicación que el compositor da a su cuarteto. El sonido, el empuje, la juventud, la calidad, en definitiva, del conjunto, son los adecuados para la versión de la obra. El primer movimiento da protagonismo a la viola (Jiri Pinkas), siempre bien recibido porque no suele ser habitual. Los cuatro, seguidamente acometen con verdadero ímpetu el allegro. El segundo allegro nos remite a la reconocida polka, especialmente tratada con jovialidad por los intérpretes. El largo es una delicia, de un lirismo intenso. El chelo a solo (Stepan Lodezal), se luce en los graves. El violín 1 (Jakub Fiser) frasea el tema como si fuera un aria de ópera. El violín 2 (Stepan Jezek), le secunda, como el resto, cuando toman el tema. El vivace final es una fiesta virtuosística y arrebatadora, hasta que irrumpe esa nota del violín que es el pitido de la sordera. Todo queda contenido, remansado, como una resignación ante lo evidente. El pianísimo final que logran los músicos es sobrecogedor, con el público conteniendo la respiración. Ovación cerrada y un tango (de esos que no se pueden bailar, como suelen decir los tangueros de Piazolla), de propina.